Capítulo XXXII

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Con las manos entrelazadas observamos la reacción de su familia ante el anuncio de nuestra relación. Elena y Aiden ya lo sabían, así que ella solo sonríe con sinceridad —una expresión en su rostro que hace mucho no se reflejaba— y él levanta los pulgares contento por la noticia; su padre se muestra inexpresivo, en cambio su madre...

Creo que si las miradas mataran, yo ya estaría tres metros bajo tierra.

— Poco a poco estás consiguiendo lo que quieres desgraciada —veo que Eduard quiere intervenir, pero no lo dejo, en su lugar Elena se lleva a Lenin cuando le dirijo una mirada.

— Y según usted, ¿Qué es lo que quiero conseguir? —pregunto cruzada de brazos.

— Dinero, eso es lo único que te importa. Ya tienes tu cuenta bancaria bien llena con lo que te dejó mi padre, no obstante quieres mantener tu vida asegurada y sabes que al lado de mi hijo la tendrás, solo falta que se casen para que te conviertas en una verdadera zorra cazafortunas —espeta con desagrado y la miro con indignación.

En resumidas palabras, dijo que yo estoy con Eduard por interés, solo faltó que dijera que el dinero que me dejó su padre fue porque yo tenía algo con él.

— ¡Suficiente, madre! —Su madre lo mira sorprendida; Eduard nunca le había gritado antes y esto era lo que me temía—, no permitiré ni un solo insulto más hacia Maddie, o aprendes a ser respetuosa y amable con ella, o no nos vuelves a ver ni a mi hijo ni a mí —trato de detenerlo, pero él me da una mirada que me da a entender que no quiere que intervenga—, madre, sabes que eres muy importante para mí y no creas que no me duele decir esto, pero si no eres capaz de aceptar que amo a Maddie y que quiero pasar el resto de mi vida con ella, tu perderás a un hijo y yo a una madre —termina de decir y el silencio se instala en la habitación, en vista de que ella no piensa hablar Eduard llama a su hermana para que traiga al niño y sé que si los tres salimos de esta casa, ni él ni mi hijo la volverán a ver.

— Deténganse —ya estamos casi en la puerta cuando escuchamos su voz.

La de Gregorie.

Sí, la del padre de Eduard. El que nunca interviene a menos que él lo vea necesario.

Él se acerca a nosotros y toma nuestras manos entre las suyas.

— ¿Por qué será que siempre tengo que componer tus errores? —voltea a ver a su esposa con fastidio—, pese a lo que dice Milena, yo no estoy de acuerdo, siempre me has agradado, Maddison, sé que eres una buena chica y todo lo que dice mi esposa es a base de lo superficial que es —escuchamos a la mencionada hacer un sonido de indignación, trata de irse, pero su esposo la detiene—, ni se te ocurra moverte, Milena. No le presten atención a lo que ella dice, es muy orgullosa y nunca aceptará que está equivocada, pero si no quiere perder a toda su familia —habla tan tranquilo que cualquiera creería que no le está diciendo a su esposa que si no se comporta él la dejará—, hará un esfuerzo en guardarse sus comentarios para ella sola, ¿No es cierto, querida? —ella lo mira asombrada.

— Sí, querido, de ahora en adelante mantendré la boca cerrada —nos da una última mirada y se va.

— Bien, no se preocupen por ella, estoy seguro de que ya le quedó claro que no debe volver a ser una maleducada contigo, Maddison. Hijo, sabes que yo siempre dejo que tu madre haga lo que quiera, pero no dejaré que ella arruine esta familia. Sé que no la necesitan, pero tienen mi bendición, desde la primera vez que los vi juntos supe que ustedes podrían contra todo, yo solo les facilitaré la situación con Milena.

— Gracias, papá. Ahora, nosotros nos vamos —no me contengo y le beso ambas mejillas en forma de despedida.

— Si papá dice que no debemos preocuparnos por ella es porque es verdad, él no habla en vano —menciona una vez estamos camino a casa.

¿Nuestro "Felices Por Siempre"?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora