Capítulo treinta y siete.

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—Me puedes decir ¿Qué demonios hacemos en tu apartamento? —Pregunto mientras dejo caer mi bolso en el sofá.

Estar aquí no es algo que me agrade, al menos no después de que yo haya confesado mis sentimientos justo aquí y él me mandase a la mierda. Sumándole el hecho de que su ex vino como si no le hubiese causado ningún daño en el pasado.

—Estar en tu casa te deprime —Pienso decir que el hecho de que mi padre esté muerto es lo que me deprime pero el continua—. Cada vez que miras un rincón de tu casa te pierdes en recuerdos, y puedo asegurar que tienen que ver con tu padre. Aquí por lo menos puedes descansar.

—Ya dormí lo suficiente.

Él niega con la cabeza mientras camina hasta la cocina, yo lo sigo por detrás. Desplazarme por la casa de Ryan se sentía muy natural y no quiero mentir diciendo que no sigue siéndolo pero lo que si puedo decir ahora es que me siento mucho más incomoda. 

—Dormir una hora no equivale a descansar. Además puedo apostar que no comiste nada en estás horas.

—No tengo hambre, no quiero descansar, y no sé cómo me convenciste de salir de mi casa.

Él está detrás de la mesa del comedor observándome, agradezco no ver lastima en su mirada. Estiro una de las sillas para sentarme pero antes de hacerlo él habla.

—Perdón por tratar de cuidar de tu salud.

Lo miró con incredulidad.

—No me vengas con tus cosas de Doctor, Ryan —Digo cruzándome de brazos—. ¿Dónde estabas cuando me rompiste el corazón? Oh... ya lo recuerdo. Estabas con tu ex.

Él suspira.

—No es lo que tú piensas...

— ¿Ah sí? Entonces me puedes explicar ¿Por qué estaba aquí y tú no la echaste?

Él se mantiene callado y eso es lo único que necesito para molestarme más con él.

—Debes comer.

— ¡Lo que necesito es a mi papá!

Me dejo caer en la silla sintiéndome mal de nuevo, quiero llorar y él se aproxima hasta quedar en cuclillas frente a mí.

—Grítame, pégame, hazlo las veces que quieras conmigo, Michaela —Él levanta mi barbilla con delicadeza, obligándome a ver sus hermosos ojos mieles—. Pero no llores, no soporto verte llorar.

Eso me conmueve tanto que solo quiero llorar por el simple hecho de que escucharlo preocupado por mí, remueve algo en mi interior.

—No tengo hambre, en realidad no quiero nada.

— ¿Un chocolate?

—No quiero nada dulce, Ryan —Digo haciendo una mueca—. Me siento mal... mi vida de ser dulce paso a ser amarga.

Él me mira y no dice nada, da media vuelta para ir hasta las gavetas y abrirlas rebuscando algo. Cierra una y abre otra, el sonido es algo molesto pero no me quejo. Para en una de ellas, y veo con extrañeza la barra de chocolate.

—Toma —Dice extendiéndolo, aunque no lo quiero lo sostengo.

— ¿No lo entiendes? No quiero... —Leo el envoltorio notando las palabras "Chocolate amargo"

Levanto la mirada y me encuentro con sus ojos mieles.

—La vida puede ser dulce y amarga como el chocolate.

—Ryan...

Él vuelve a apuntar el chocolate que está en mis manos y soltando un largo suspiro rasgo la envoltura, para morder un pequeño trozo. El sabor amargo hace que cierre los ojos, el sabor es tan amargo que me gusta, me gusta que algo tan simple pueda hacerme sentir como si mi vida no fuese lo único amargo y oscuro ahora.

La Pasión Por EL Chocolate #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora