Adiós.

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Estaba empaquetando ya las últimas de mis pertenencias, algunas fotos, regalos de los eventos, y cosas de merchandising de todos los viajes que he realizado estos últimos años como Youtuber. Mientras guardaba todas esas cosas en la caja, revivía cada momento al que se veían relacionado. Tanto arreglaban, como a veces dañaban.

Había pasado unos días bastante críticos. La asimilación de que tenía que abandonar aquellas cuatro paredes pagadas con el sufrimiento de Alena, y dejárselo al mal nacido de su hermano después de que la hiriera de esa manera, dolía casi tanto como el recuerdo de que hace casi un año perdí la custodia de su hijo, Samuel, lo que ambos más querían, y lo único que les preocupaba tras su marcha. Fue el mismo despreciable quien me la arrebató sin poder hacer nada, pues sus argumentos, delante de cualquier juez, eran mucho más solidos que los míos.

Respiré hondo, apoyando mis manos en la pared, soportando mi cuerpo, mientras miraba detenidamente cada rincón de la estancia. Alena y Samuel solo me dejaron dos cosas antes de su muerte, y confiaron en que sabría cuidar de ellas como ellos harían. Confiaron en mi con fe ciega, y yo no supe conservar ni lo confiado, ni dicha confianza. Les fallé. Todo se torció desde que ellos se fueron, y ahora todo cae cuesta abajo.

Me sequé con la manga algunas lágrimas rebeldes que salían de mis ojos. No quería llorar, no más. No podía auto destruirme de esa forma con mis propios pensamientos negativos si quería seguir adelante. Al menos así me lo hicieron ver los chicos, y Mich.

Poco a poco me habían hecho entender que, si Enrique y sus fajos de billetes no hubieran aparecido por la puerta, Samuel seguiría a mi lado, y hubiera crecido sano, fuerte, y feliz. Hubiera sabido de su madre y de su padre más de lo que aquel capullo podía haberle contado, y sobre todo mucho mejor. No era mi culpa vivir en una sociedad donde a lo que se le da más importancia es al poder adquisitivo de la persona, y donde la felicidad de un niño se mide en la cantidad de juguetes que puedes comprar. Yo sabía que tenían razón, que Samuel y Alena, al confiar en mi, no contaron con esto. Pero no era suficiente.

Sellé la última caja, y a mi alrededor note el calor de unos brazos, y un olor dulce y familia. Apoyó su pecho en mi espalda, y su cabeza en mi clavícula, reconfortándome.

Sabía que necesitaba su ayuda en estos momentos, y nunca se separaba de mi lado. Si me derrumbaba, estaba, y si reía, era gracias a ella. No pasaba un minuto sin sentirla a mi vera, con su mirada preocupada, teniendo la fortaleza que a veces a mi me faltaba.

Giré entre sus brazos, y nuestros ojos, como de costumbre, dialogaron por nosotros. Los mios, afligidos, los suyos, inquietos por mí. Entonces sentí su abrazo más fuerte, con su cabeza en mi pecho, y yo la rodeé con mis manos, apoyando mi cabeza en su hombro, como si fuera una gran carga.

No lo era su cabeza, si no todo lo que ella contenía.

-No te martirices más, Willy, por favor.- me rogó.- Sabes que...

-Lo sé.- corté.- Pero no puedo evitar pensar que pude hacer algo más. "Quiero porque puedo, y puedo porque quiero." ¿Recuerdas?.- recordé aquella frase que Samuel tanto decía, y que ahora cobraba un sentido demoledor.

-Samuel no utilizaría esa cita en una situación como esta.- Es cierto, aunque eso no me consolaba.- Gastaste todas las balas, todos los comodines, y ganó él de manera injusta. La sociedad se vende, y la gente con dinero la compra. Tu no elegiste que fuera así.- sabía que tenía razón, pero la culpabilidad no aflojaba su soga asfixiante que me oprimía el pecho.

Tomo mi cara entre sus manos, limpiando mis ojos vidriosos, y me dio un dulce beso en los labios.

-Te dejo despidiéndote.- tomó la última caja y se fue alejando lentamente, hasta que desapareció bajo el marco de la puerta. Tenía que hacer esto solo, y ambos lo sabíamos.

Paseé por el apartamento, por cada rincón, rememorando todo lo que yo había vivido, y todo lo que Alena y Samuel habían vivido en cada esquina. Los malos momentos se hacían insignificantes ante los buenos que, quizá por el conocimiento de que no volverían a ser vividos, dolían más. Faltaba el escenario, y los personajes protagonistas. Acaricié con la yema de mis dedos cada mueble, con una suavidad que parecía que tenía miedo de que los muebles se rompieran. El olor, el tacto, la luz, los colores, tenía que dejar atrás todo eso. 

Aunque sabía que no me dolía despedirme del apartamento, sino despedirme de lo último que realmente, salvo mis recuerdos, me quedaba de Alena y Samuel. No era una despedida con el piso, era una despedida con ellos, y era definitiva.

No me opuse a las lágrimas,pues eran la única forma de liberación que ahora mismo tenía a mi alcance. Donde miraba, recordaba a Alena, nerviosa tras la pelea de Samuel, y a la misma chica, el día siguiente, con una sonrisa dulce en el rostro. Recordaba a Samuel, derruido por el colapso emocional de la persona que amaba, y al mismo chico, días después, llorando emocionado porque volvía a tener con él a la mujer de sus sueños. Las reuniones, las fiestas, las risas, absolutamente todo lo vivido, y que se quedaría dentro de estas cuatro paredes, esperando a que alguien que nunca llegará descifre todo lo que este sitio significa.

Me dirigí hacia la puerta, tomando la manilla por la mano, y me giré una última vez.

-Adiós.- dije con un hilo de voz rota y grave, impregnado en todo aquello que sentía y que no me veo capaz de describir. Y tras esa palabra que tanto peso tenía en mi, cerré la puerta, sellando la marcha.

Me quedé unos segundos más enfrente a la puerta trancada, sin poder creer de verdad que eso estaba ocurriendo. Pero estaba ocurriendo, era real, no era una mala pesadilla de la que despertaría entre las sábanas beiges del dormitorio. Intentaba no derrumbarme, llevarlo con la mayor endereza posible, pero no podía soportar todo eso. Golpeé la puerta a puño cerrado, mientras tensaba la mandíbula y dejaba que las lágrimas murieran en la comisura de mi boca, sintiendo su sabor a salazón y angustia.

Sentí una mano sobre mi hombro, y ya sabía quién era simplemente por la manera de intentar consolarme. Me giré, y me encontre a Luzu de frente. Este, al verme, cambió el gesto de su rostro, volviéndose mucho más pesaroso. Lloraba en silencio, mirándole de frente, y podía notar como así veía lo que estaba pasando ahora mismo en mi interior. Se acercó a mi, y me abrazó.

-Siempre hay un mañana, Willy. Solo tienes que continuar. Sé el ejemplo para que todos resistan.- sus palabras, aunque no entendiera bien su significado, siempre me levantaban el ánimo y conseguían que viera las cosas desde la perspectiva más objetiva.- Estamos orgullosos de ti, tío. Y ahora, vamos, está el coche aparcado abajo.- me tomó del hombro, y me condujo hasta el portal.

Salí, y en el coche pude ver a Mich, que ya estaba dentro, en los asientos de atrás, esperándonos. Luzu se sentó como conductor, y yo me senté al lado de Mich. Noté como su cabeza se recostaba contra mi hombro, y yo posé mi cabeza sobre la suya, creando una estampa perfecta. Luzu conducía, mientras, dirección hacia mi nuevo hogar.

Bueno, nuestro nuevo hogar.

Recuerdo perfectamente como Mich, en un alarde no sé bien si de locura o de muestra de amor, me propuso la idea de, entre los dos, alquilar una pequeña casa un poco alejada del centro, una zona más tranquila donde poder empezar nuestra vida juntos, lejos de la parte dañina del pasado, donde poder ser afortunados. Yo, quizá bajo el mismo desorden mental, no dudé en aceptar. Así que ahora, a donde nos dirigimos, es a nuestra pequeña casa de dos pisos con un pequeño jardín y un porchecito, donde Mich y yo podamos disfrutar el uno del otro, y olvidar aquello que nos hiere.

Metí mi mano en el bolsillo, y saqué quizá lo que más valor tenía para mí de todas las cosas que Alena y Samuel dejaron a su marcha. El iPod de Alena, con esa música cargado de significados. En mis oidos resonaba "Details in the Fabric", de Jason Mraz. Me dejé seducir por su melodía, y por su letra. Siempre la canción correcta para cada momento. Quizá al ser su música, sentía como si fuese Alena la que me dijese esas palabras.Recordé que ella querría que yo estuviera bien,y me diría que no pasa nada, que he luchado con uñas y dientes, pero que a veces se pierde. Estarían, como los chicos, orgullosos de mí. Querría que nunca me olvidara de ellos, pero que sí empezase una nueva etapa en mi vida, donde su recuerdo no quemase. Querría que estuviera bien.

Y voy a estar bien, estaremos bien.

-Te prometo que vamos a ser felices.- susurré a Mich y ella rodeó mi cintura con sus brazos. 

2da TEMPORADA "Tras una pantalla, Tito Willy" (Willy Fanfic.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora