15: Lorette.

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Lo primero que se me pasa por la cabeza es hacer pasar a la directora y hacerla esperar en la recepción, o la sala de estar, y luego ir con Dante a la cocina a revisar que Terrence esté bien. En realidad, se ve muy mal, frustrado tratando de limpiar su camiseta en el fregadero. Yo me río.

-Creí haber dicho que te dieran una camiseta nueva -musito.

-Es que esta camiseta, si fuera mía, lo aceptaría, pero... es de Bradley -gruñe, desesperado por limpiarla-. Me va a matar.

-No comprendo cómo la camiseta de Bradley pudo llegar a ti -admito, y Dante solo suspira antes de tomar asiento en una silla de las del desayunador-. Ponte una camiseta de las que te ofrezco, yo haré que Astor le quite la mancha a la camisa y mañana mismo te la devuelvo.

- ¿Lo harías? -Cuestiona, viéndome esperanzado.

Empiezo a ver que, en realidad, tiene unos ojos muy brillantes. Sus ojos son tan negros, tan grandes y profundos, que necesitan un par de estrellas y la luna. Sus ojos brillan de esa manera y resulta algo hipnotizante. Le dedico una pequeña sonrisa y le quito la camiseta de las manos.

- ¡Astor! -Exclamo-. ¿Puedes venir, por favor?

Miro a Terrence de pies a cabeza, y retiro la vista de inmediato, avergonzada. Su torso sin una pizca de grasa está desnudo y a pesar de que su pantalón está bien acomodado, he podido ver bien la parte baja de su ombligo. Resulta que la familia Dellower debería ser la familia Adonis, nada más como una sugerencia que no está mal puesta.

Dante se ríe, sé que se ríe de mi reacción tan anormal a la situación, así que agradezco muchísimo que Astor llegue rápidamente. Le doy indicaciones rápidas sobre qué hacer y él lo transmite a una de las empleadas que se pone de inmediato en la tarea.

-Chicos, no quiero molestarlos -me disculpo pobremente-. Sé que sus intenciones al venir aquí han sido buenas, pero... tengo una visita, ¿me esperarán o se van?

-Podemos esperar -Dante enuncia-. No tenemos prisa para llegar a casa, la verdad es que la visita era extensa.

-Bien, hay televisión en el cuarto de al lado, también hay conexión a internet -expongo-. Pueden comer algo, lo que sea, o jugar con Mako. Ya regreso.

Doy media vuelta sobre mis talones y casi corro para llegar a la sala principal, donde, de pie frente a una estantería llena de fotografías mías -en una competencia de gimnasia cuando tenía seis años, en mi graduación de la preparatoria, mi fotografía de preescolar, la de la primaria, la de la secundaria, cuando fui a Disney, las mejores-. Para no lucir demasiado informal, carraspeo mi garganta y, en cuanto ella se da la vuelta, le ofrezco una sonrisa.

-Directora Lavigne -menciono, un poco abrumada. Viste demasiado informal para venir por algún asunto de la universidad-. Eh, qué gran sorpresa. ¿Qué tal todo?

-Lamento haber venido de esta forma -se disculpa, apenada y yo niego con la cabeza.

-No es molestia, siéntese, por favor -le pido, tomando asiento en uno de los sillones también-. ¿Y... a qué se debe su visita el día de hoy?

-Estuve viendo cosas acerca de ti que me resultaron algo extrañas -comenta, y no sé por qué, tal vez miedo, tal vez expectativa, mi estómago se encoge-. No suelo ser quien se mete en los expedientes de los estudiantes, eso es cuestión del ministerio de trabajo discreto. Pero con tu caso ha sido algo diferente.

- ¿Y... tengo algo mal? -Cuestiono, sorprendida.

-Pues, no quiero ser grosera, tampoco tengo el derecho de venir a decirte este tipo de cosas, pero necesitó que lo sepas desde ya -suspira pesadamente y traga duro, cosa que me pone nerviosa.

No te arrepientas [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora