PRÓLOGO.

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Una sonrisa fue lo único que consiguió calmar el incontrolable llanto que quemaba las rosadas mejillas de algodón del pequeño solitario que no podía soltar la mano de la mujer que se esforzaba por darle toda la atención posible.

-Ven aquí, mi pequeño Terry, ¿por qué estás llorando? -Cuestionó, con la voz llena de preocupación.

El niño, vuelto un manojo de nervios, se abrazó con fuerza al delgado torso de su madre, con la intención de no volver a soltarla jamás, y ella, con todo el cariño que podía acumular, lo sostuvo contra ella y plantó, pocos segundos después, un beso en su frente.

- ¡Ay, Terry! ¿Qué es ese olor? -Exigió saber, completamente asombrada de la peste que su hijo cargaba encima-. ¿Qué pasó?

-Me tiraron a la basura -el niño respondió únicamente, con la voz trémula-. Mis amigos me amarraron con las bolsas negras y me tiraron a la basura. Papá me sacó de ahí.

La mujer, con el corazón partido en mil pedazos y la furia recorriéndole las venas, se puso en pie, y tirando de la diminuta mano de su regordete hijo llorón, empezó a caminar hasta llegar a la sección de habitaciones. Ahí lo desnudó por completo, llenó la bañera con aromas dulces, y lo metió con mucho cuidado para ayudarlo a bañarse.

Y procuró no demostrar lo molesta que se encontraba en ese instante, se concentró solamente en limpiarlo y dejarlo impecable.

-Nunca dejes que te hagan daño, mi niño, si alguna vez alguien trata de hacerte mucho daño... tienes que hacer todo lo posible para defenderte -le aconsejó, mientras restregaba su cabello, y el pequeño simplemente asintió con la cabeza.

Ella continuó ayudándolo a bañarse, y aunque él sabía perfectamente cómo hacerlo, esa mujer solo podía ver a un bebé indefenso que acababa de ser abusado por los más grandes, y darle todos los cuidados posibles era su prioridad.

Al terminar de ducharlo, lo acurrucó en una toalla y lo cargó hasta su cama, donde lo dejó sentado mientras empezó a buscar la ropa perfecta para vestirlo ese día tan alegre de verano.

-Todos se burlan de mí -mencionó el niño, cuando ella consiguió encontrar algo cómodo para ponerle-. Nadie me quiere porque soy gordo, mami.

Ella no pudo evitar soltar una risita y tras pensar bien lo que debía decirle, negó con la cabeza.

-Sabes que no es cierto, Terry -ella le hizo saber, con todo el amor del mundo-. Yo te amo con toda mi alma. Tus hermanos te aman también.

La expresión del niño se volvió de pura tristeza, y quiso llorar, pero ella se lo impidió.

- ¿Quién dice que por ser gordito no eres el niño más precioso del mundo? -Inquirió, y le empezó a peinar el cabello, sentada en la orilla de la cama-. Tienes los ojos tan bellos como la noche estrellada, con la sonrisa de luna, las mejillas de algodón y el corazón más inmenso y luminoso que el sol. No puedo pedir más, mi vida... eres el niño más precioso del universo.

-Tú eres la mamá más linda -el niño le contestó, halagado.

Ella le proporcionó un beso en la frente, y tras confirmar que su hijo destilaba un aroma dulce, se incorporó en sus piernas y le ayudó a bajarse.

-Vamos, mami, tú y yo vamos a jugar juntos -indicó emocionado el niño, dirigiéndose hacia la salida.

La mujer salió del cuarto feliz. Él era su pequeño y nunca permitiría que nada ni nadie le hiciera daño a él.

No te arrepientas [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora