12: Hambre.

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Como el señor tacaño no tiene conductores, tampoco están sus padres y sus hermanos no quieren acompañarnos, intentamos subir al auto, fallando severamente en el intento. De igual forma, hubiese sido bastante difícil conducir, en cualquiera de ambos casos.

Así que, ahora vamos caminando a una cerrajería, porque, de creer algo, es que Terrence Dellower nunca tomaría un jodido taxi en un sábado por la mañana. O nunca, mejor dicho.

Las calles resultan estar atestadas de personas -por lo general, cuando yo viajo, lo hago en mi auto y mis guardias se encargan de vaciar mi camino-, algunas nos ven bastante raro, como si fuéramos reos escapados de la cárcel, y otros no nos dan atención. Agradezco muchísimo a esos últimos, porque lo que menos quiero es ser vista con este hombre.

Me duele la mano izquierda, que es con la que estoy esposada a él, también me duele muchísimo la cabeza, producto de la borrachera que pasé ayer, el estómago me ruge de hambre y estoy segura de que lo único que hacemos es perder el tiempo al ir a una cerrajería cuando los fines de semana, casi ninguna tienda abre. Al menos, es lo que yo tengo en cuenta.

-Agh, levanta esa mano -me ordena, tras un rato de silencio caminando-. Está pesada. ¿Qué crees que soy? ¿Tu burro de carga?

-No creo lo de carga, pero sí lo de burro -respondo, levantando un poco más la mano-. Y lo siento, es que tengo hambre. Si tan solo hubieras dejado que Gabrielle nos diera de comer, no estaría de esta forma.

-Por saltarte una comida no te vas a morir -bufa, con inquietud.

-El problema es que ya no sería una comida, sino dos -señalo el reloj que descansa sobre la gran catedral de la ciudad-. Son las dos de la tarde, estúpido.

-Ugh, vamos a la cerrajería, que nos quiten las esposas y te vas a comer algo a tu casa -gruñe-. Solo espera una hora más, o menos.

-Ja -suspiro pesadamente-. No es como si tuviera opción.

Él balbucea algo ininteligible y seguimos caminando por lo menos, unos diez minutos más. Cuando llegamos al dichoso lugar al que debíamos ir, no me sorprende que esté cerrado. Terrence gruñe, patea todo y luego sugiere que vayamos a otro lugar. Como no tengo otra opción, simplemente lo sigo.

Me duelen los pies de tanto caminar, llevamos al menos cuarenta y seis minutos caminando y quiere seguir caminando, bajo el sol, sin haber comido nada ni haber bebido agua siquiera. Estoy completamente agotada, y de paso, mi mano ya no duele, sino que quema gracias a los poco delicados roces de las cadenas que llevamos encima. Estoy muy incómoda, completamente hambrienta y sucia. ¡No me he bañado desde ayer por la mañana y ya son las dos de la tarde!

Cuando vamos por la cuarta cerrajería cerrada, Terrence se da cuenta de que no encontraremos un lugar al cual ir por ayuda para deshacernos el uno del otro, y empieza a maldecir miles de veces al pobre Zack, a quien perdono porque sé que yo también hice estupideces ayer estando borracha.

- ¿Sabes qué podríamos hacer? -Le pregunto, sonriendo de oreja a oreja, con aparente expresión inocente.

- ¿Qué? -Se vuelve a verme, con expresión de "Deja de existir, me irritas".

-Comer algo -propongo-. Porque son las dos y media, ayer no cené nada nutritivo, no he desayunado, no he almorzado y tampoco he bebido ni un poco de agua o refresco. ¡No soy una roca!

Él me mira por unos instantes y, al darse cuenta de que mis palabras son completamente reales, cede. Yo tiro de él rápidamente, como si de pronto fuese a escapar y recorro un par de locales hasta llegar a una tienda de pollo frito. Tomo asiento en una de las mesas vacías y espero paciente a que alguien nos atienda. Al rato, una mujer llega y nos atiende feliz. Pero solo yo pido algo de comer -mucho, en realidad-. Y cuando la mujer se va, Terrence empieza a quejarse como el imbécil que es.

No te arrepientas [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora