1: Entrada.

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Estar nerviosa no es una opción para mí. Estoy tan relajada y tan feliz, que incluso me he dignado a peinarme ayer, y eso tan solo ocurre los sábados y domingos que no tenemos clases porque es realmente necesario. Estoy feliz, curiosamente feliz, y tengo muchas ganas de seguir durmiendo, pero eso no va a suceder, porque ha llegado Irene a casa. Lo sé, porque todo se ha convertido en un ir y venir de pasos que retumban entre las paredes de la mansión en la que vivo. La sola mansión en la que resido.

- ¡Katherine Lawrence! -chilla y yo gruño, metiéndome nuevamente entre los suaves edredones, en mi cama, ella sabe cómo odio que me llamen por mi segundo nombre-. ¡Arriba, arriba!

Las puertas se abren y la escucho entrar, con esos tacones que le fascinan retumbando en el bonito y fino piso de madera. Por las mañanas esta chica puede ser realmente irritante.

Lo primero que hace es abrir todas las cortinas de mi cuarto y luego, deja pasar a las dos sirvientas que se encargan de ayudarme con mis cosas matutinas. Y, posterior a eso, se lanza sobre mí. Y salta. Me golpea con las almohadas y no es hasta que consigo abrir los ojos, y verla mal, que ella no deja de saltar sobre mí. Se levanta de mi cama, se arregla la ropa y me ve sonriendo.

-Eres tan malditamente irritante -gruño, tomando una de las almohadas y lanzándosela a la cabeza.

-Mucho cuidado con lo que dices -me la lanza de vuelta-. Has despertado, ahora, ve a alistarte para la universidad.

- ¿Cómo es que llevo tanto tiempo soportándote? -Le pregunto, levantándome al fin de la cama.

Una de las empleadas se encarga de abrir la puerta de mi armario para que yo saque mis cosas, y la otra rápidamente empieza a tender mi cama. Tras elegir algo tan simple como un short negro que me cubre más de la mitad del muslo, una camisa negra de tirantes, mi chaqueta de mezclilla, y mis infaltables botines negros, me voy al baño.

Cuando salgo, no parezco la misma que entró, definitivamente, sin embargo, no he puesto ni una sola gota de maquillaje sobre mi cara y eso me parece muy agradable ya que siento la cara liviana. Irene y yo no somos las más grandes fanáticas del maquillaje, y tampoco es como que sepamos maquillarnos sin ayuda de la otra, así que no tenemos de esas cosas entre ambas.

Mi mejor amiga me acompaña al comedor, donde Astor, el mayordomo, me entrega mi mochila y desayunamos tranquilamente solas. Normalmente, desayunamos solas, si estamos en mi casa, porque soy el equivalente a eso; una persona llena de personas en su casa, a las cuales del cien por ciento, a un cincuenta por ciento no les conozco el nombre. Con guardaespaldas todo el día detrás de mí, estando a punto de heredar la fortuna de los negocios de mis padres, mientras el mejor amigo de ellos se hace cargo de todo ello, porque yo aún no termino la universidad.

- ¿Lista? -Cuestiona Irene, poniendo su mano sobre la mía.

Acomodo la mochila sobre mis hombros y le dedico una sonrisa radiante.

-Eso le dijo el doctor a mi madre antes de que naciera, ¿y sabes cuál fue mi respuesta? -Cuestiono y ella me mira divertida-: ¡Ya estoy aquí, estúpidos, yo nací lista para todo!

Astor se ríe por lo bajo. Le doy una palmada en la espalda y salgo de la gran casa con Irene a mi lado. Desde la entrada de mi casa puedo ver la suya, porque somos vecinas, sin embargo, se ve extremadamente pequeña al lado de mi gran casa de reina. Al menos, tiene personas que la quieren en esa bonita y cálida casa.

Subimos al auto, que emprende viaje hacia Kataland, la universidad más cara y prestigiosa del país¹. En cuanto llegamos, Irene casi salta del auto y yo también bajo con ella.

Acomodo bien mis lentes -porque no veo completamente bien-, y tiro de las cuerdas de mi mochila con aburrimiento. Es otro día más de universidad, y claro, tenemos a dos guardas detrás de nosotras. Las personas ya no se toman la molestia de vernos, porque ya es cosa cotidiana ser de las pocas personas que tienen que llevar protección andante consigo.

No te arrepientas [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora