3: Amenaza.

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Cuando bajamos del auto, a quienes primero veo es al grupito de los Dellower, y por supuesto, a la única e incomparable ricitos de oro. Ella inmediatamente nos abraza feliz y nos pide perdón por lo sucedido ayer, pero yo me niego a aceptar una disculpa que no sea la de Terrence con Irene, por lo que solo pasamos a la entrada de la facultad con naturaleza, como si nada hubiese sucedido.

Y por supuesto, les arruino nuevamente la entrada a los Dellower, que siempre que entran se sienten como la versión varonil y millonaria Regina George, Gretchen Wieners, Karen Smith y Cady Heron, de Chicas pesadas. Espantosamente aterrador y crítico. Sus bellos rostros y cuerpos de dioses griegos, no los hace lucir menos... importantes y especiales. Al menos, espero que no sean vampiros, porque de lo contrario, ya lo habré visto todo en esta vida.

Quien único se dedica a vernos de pies a cabeza es Bradley, el más serio y misterioso de los cuatro fantásticos, y Gabrielle nos sigue el paso hablando sin parar sobre las maravillas del maquillaje de James Charles. Irene y yo la oímos, sin embargo, no respondemos a muchos de sus comentarios sobre el personaje porque ni siquiera sabemos quién es.

Las clases se pasan más lentas de lo normal. En las clases de alemán, tenemos que hacer grupos, y casualmente, o más bien, por conveniencia, Gabrielle, Irene y yo quedamos juntas en un mismo grupo. Nos dedicamos a la redacción de un resumen de algún libro y luego de entregarlo, entramos a la hora de recreo.

Irene y yo, como muy pocas veces hacemos, nos levantamos para ir a comer algo a la cafetería. Nos sentamos a una de las tantas mesas a comer felices, y comentamos un par de cosas como si nada sucediera, porque de hecho, nada pasa. En el fondo de mi cabeza, me río del supuesto poderío que Terrence Dellower dice tener. Es una idiotez que intente sentirse más que los demás con amenazas y nunca hace nada. Es prácticamente ridículo.

Irene y yo comemos sin problema, luego, volvemos con antelación a nuestro salón, donde nos dejamos caer sobre nuestras sillas y ella mira atenta una carta sobre mi computador cerrado. Yo la tomo rápidamente y la veo bien.

En un sobre cerrado, de color rosado pálido, se encuentra una pegatina de Mickey Mouse, que parece ser más bien tétrico, y bajo él, la frase «Creo que necesitaremos la herramienta sorpresa». Una sonrisa burlona se hace de mis labios y de inmediato veo la parte trasera del sobre. Dice mi nombre con letra clara y legible. Es la mejor letra a mano que he visto en la vida, pero no deja de ser especialmente ridículo.

"Phoebe Lawrence".

La abro lentamente y saco la hoja de papel dorado en la que ha sido escrito lo que parece ser un testamento de post-muerte. Me río y empiezo a leerlo en mi mente. Mucho del texto me parece realmente ridículo e innecesario hasta que llego a una parte en particular, que me hace casi saltar de mi lugar.

"Phoebe Lawrence.

Hay cosas con las que tal vez no deberías arriesgarte. Recuerda que para cada acción hay una consecuencia, y tendrás terribles consecuencias por tu negligencia y tenacidad. No puedes creerte más que nadie, ¿lo sabes?

Los empleados son lo que son, deben estar en un nivel bajo, es lo que merecen, ahora, respira una vez y no sigas molestando.

No es una advertencia, es una amenaza.

T.D.".

No necesito ser adivina o una mente erudita para saber de quién se trata semejante amenaza. Lo único que consigue hacer con esto es que mi furia crezca, por lo que en vez de levantarme y buscarlo para golpearlo, guardo la carta dentro de mi escritorio y dejo que el día siga con normalidad, sin inmutarme. Si me caracterizo por algo, eso definitivamente es tener paciencia con las cosas difíciles. No es fácil sacarme de mis casillas, de hecho, nunca he conocido a nadie que lo haya hecho por completo, por lo que Terrence no va a hacerlo tampoco.

No te arrepientas [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora