20: Entrevista.

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Terrence se va temprano, luego de la cena recibe una llamada de parte de Dante y se va como un rayo. Yo me quedo con Ginger, quien se dedica a pasear por la casa diciendo que el lugar es un castillo enorme, y que le gustan mucho las cosas que hay en él. Yo le presto varios de mis peluches y jugamos durante horas, hasta que queda dormida en el sofá y la traslado a mi cuarto, donde también me acuesto y me quedo dormida profundamente a su lado.

A las diez de la noche, Ginger me despierta, susurrando la llegada de su madre, y yo miro a Lorette en la puerta de mi cuarto, viéndonos con pena.

-Lamento haberte despertado, Phoebe -me dice.

Me levanto de mi lugar y niego con la cabeza.

-En absoluto, no me has despertado -miento-. Solo estaba pensando.

-Llegué hace diez minutos, estoy segura de que dormías -se ríe por lo bajo-. Prácticamente te he usado de niñera para Ginger. Ya nos vamos, es tarde y no creo que sea cómodo para ti dormir con esta chica terremoto.

-Ha sido interesante. Creo que me gusta mucho Ginger -admito-. ¿Por qué no comes algo? Hay comida en la cocina, bastante. Seguro tienes hambre. En las cenas de trabajo casi no se come nada.

-Estoy bien. Comí muchísimo, en realidad -puntualiza y yo sonrío-. Duerme, por favor, me llevaré a Ginger.

-Adiós, linda Ginger -le ayudo a bajar de la cama y dejo que se vaya con Lorette-. Hasta pronto, Lor... ma... mamá.

-Dime Lorette, si no te agrada decirme mamá, está bien que me digas Lorette -se encoje de hombros y yo siento mis mejillas teñirse de rojo-. Oh, por cierto, he pagado una factura que dejaste en mi carro.

- ¿Factura? -cuestiono, extrañada.

-Seguramente se te cayó cuando ponías la silla de Ginger -me dice y deja un papel sobre la mesa del televisor-. Ten mucho cuidado con tu hermana, por favor, ella no es algo que se pueda reponer. No es como un jarrón. Cuídate, también, por favor. A ti tampoco te podría reponer. Nos vemos mañana.

Entonces, sube a sus brazos a Ginger, y se va de mi cuarto. Me levanto únicamente para saber de cuál factura me habla, y en cuanto veo el sello de la policía de tránsito, el alma se me va a los pies. Mascullo una maldición, y guardo la factura en una gaveta antes de volver a la cama. Golpeo las almohadas y me encierro entre las cobijas para gritar contra el colchón.

Humillada. Irritada. Comprometida. Como una irresponsable. Molesta conmigo misma. Así me siento justo ahora. Resulta que hoy ha sido un día largo. Uno muy, muy largo.

Por la mañana, Irene no pasa por mí, cosa que me pone realmente triste, porque me llega un mensaje suyo diciendo que irá con Zack, porque está enfermo y blah, blah. Mi mejor amiga, la chica que se apiada de los enfermos ahora.

Desayuno sola, al menos, solo con Astor, que ni siquiera se sienta a la mesa conmigo, ni aunque se lo pida. Y me voy a la universidad sola, también. Entro sola a clases, y me sorprende muchísimo que Gabrielle ni siquiera se acerque a mí. En realidad, sin Irene, las personas no suelen acercarse a mí, porque se murmuran un par de leyendas algo estúpidas sobre mí; que no me agrada nadie y siempre trato mal a las personas que no son tan millonarias como yo, que soy muda, o en peores casos, que padezco de autismo y mis padres pertenecen a la mafia rusa.

¿Por qué la mafia rusa tiene que ser mejor que las demás? A mi parecer, la italiana debería tener más poder. Los italianos conservan la mejor economía.

El desayuno lo hago sola. El almuerzo me lo salto, y paso por la oficina de Lorette, quien me recuerda que Ginger también va a la escuela -kínder-, y todo sola. Cuando estamos cerca de la hora de salida, Gabrielle se acerca a mí. No me sorprende, pero me resulta incómodo.

No te arrepientas [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora