27: Compañía.

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La semana se pasa más rápida que de costumbre. Gracias a la decisión pronta de Gabrielle por irse a Francia nuevamente, junto a Dante, no he podido ver a Terrence en absoluto, y aunque es algo que me tiene un poco ansiosa, no me ha conseguido distraer del todo.

Pasé dos días enteros con Ginger, cosa que me hizo distraerme un poco, y salí de compras con Lorette, cosa que nos hizo tan solo un poco unidas. Y, solo pensar en Irene, mis ganas de todo se congelan. Apenas si me habla en la universidad, me pregunta por mi vida y me pide que le ayude con cosas mínimas, y luego, desaparece junto a Zack. Estoy, nuevamente, sola.

Y hoy, sábado, no es la gran diferencia en realidad. El día no inicia del todo bien, en realidad, inicia bastante molesto con las cortinas abiertas que dejan pasar la luz a la habitación, en el desayuno, el jugo se me resbala de las manos y me mancha por completo, y me llega la notificación de que Ginger debe ir a una fiesta de cumpleaños por lo que en efecto, pasaré el día sola.

Paso parte de la mañana montando a Phuefu, mi yegua, por el bosque y cerca de la laguna, y vuelvo a casa casi a las once, para poder almorzar. Ahí, Astor me entrega mi celular y me avisa acerca de mi buzón de mensajes. Le agradezco, y miro a la pantalla mientras camino hacia mi habitación.

"Hola, gorda. ¡Cuánto tiempo! Iré a tu casa. Recién vengo de Francia. ¿Te molestaría abrirme la puerta? Tu mayordomo me pone los pelos de punta.

Pd: Ya quiero ver tu cara fea".

"No creo que esa sea manera de avisarle algo a alguien, imbécil. ¿Dónde estás?"

"Abre la puerta. Llevo cinco minutos sin saber si tocar o no. Y apurate, o terminamos"

"Tardaré lo que quiera, por mí, quédate toda la tarde esperando, imbécil".

"Una pena. Traigo tacos para ti".

"Aguarda. Ya bajo, cariño".

"JAJAJA. Y luego te quejas de que te digo gorda. ¡Gorrrrrrda!"

"Olvídalo. Mandaré a Astor por mis tacos y te vas. Eres un idiota".

"Estos tacos no se van a ningún lado si no me abres tú. Pero ya, apresúrate, muero de ganas de verte :)".

Cuando he terminado de ponerme ropa más cómoda, y me he deshecho de los pelos de caballo, bajo hasta la entrada. Abro la puerta y veo a Terrence sentado en su auto, frente a las gradas.

- ¡Ven! -exclamo, viéndolo desde la entrada.

Mi corazón se alegra apenas me dedica una sonrisa y se baja del auto. Sube las escaleras rápidamente y me abraza. Sus brazos, fuertes y cálidos, me atrapan y me rodean, dándome a entender lo mucho que me extrañó. Yo le devuelvo el abrazo y me permito sonreír, también.

-Ah, te extrañé -masculla, y ríe-. Ni creas que lo diré de nuevo, mejor invítame a comer algo, que muero de hambre.

- ¿Y mis tacos? -Pregunto, separándome de él.

-No traigo tacos. ¿Qué clase de imbécil crees que soy? -Se queja-. Bajé de un avión hace quince minutos, y he venido corriendo a verte. ¡Y tú crees que te traeré tacos! ¿Es esa la razón por la que estás conmigo? ¿Porque cocino bien?

Mi corazón se encoje, de pura emoción, al escucharlo decirme que ha venido desde Francia y apenas ha pisado el aeropuerto, ha venido a buscarme. Es algo... emocionante. Hace meses, ni siquiera me lo hubiera imaginado. Resulta alucinante. Demasiado dramático para ser real. Resulta extasiante.

No te arrepientas [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora