2: Historia.

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En casa no hay muchas cosas por hacer, de cualquier cosa que yo deba o pueda hacer, se encargan los trabajadores, lo cual muchas veces es estresante si quiero mantenerme ocupada, sin embargo, Irene siempre está conmigo, y como ella sí debe trabajar, la he acompañado a su trabajo, en una panadería bastante popular en la ciudad. Yo, al menos, siempre compro pan en este lugar, para ayudarle un poco a mi amiga, y claro, lo recomiendo muchísimo, así Irene gana más dinero y está feliz con ello, porque no me ha dejado ayudarla económicamente, tan solo me ha permitido obsequiarle la colegiatura y una beca universitaria, que fue mi regalo de graduación para ella.

A las tres de la tarde, estoy sentada frente a la barra, que es para los que quieren quedarse a desayunar aquí, y leo con cuidado los apuntes de Química, cuando llegan varios personajes al lugar, y se escuchan risotadas que me resultan familiares, sin embargo, paso tanto tiempo en este lugar, que prefiero no darles atención y simplemente seguir con mis apuntes.

- ¡Oye, tú! -Uno de ellos exclama, con imponencia-. Tráenos cuatro cafés con leche y una malteada de...

-Fresas -una melodiosa voz dice y yo frunzo el ceño-. Una malteada de fresas y arándanos, por favor.

-Una malteada de fresas -ruge.

-Un "por favor" nunca está de más -escupo, sin volverme a verlos.

- ¿A ti quién te metió? -Gruñe uno de ellos, y con seguridad sé quién es, ni siquiera necesito volverme a verlos. Sé perfectamente quiénes son esos personajes-. No querrás resultar despedida, ¿o sí?

Me río de su chiste, porque estoy segura de que cree que también trabajo aquí. Irene se apresura a darles las cosas a ellos y de inmediato escucho el chillido de Gabrielle.

- ¡Irene! ¿Trabajas aquí?

-S-Sí, señorita -responde mi amiga, llena de nervios.

-Ay, no me digas así, somos amigas, tutéame, por favor -ordena Gabrielle-. Y vaya, qué sorpresa que nos encontremos. Supongo que es una ciudad muy pequeña.

No lo es, en realidad, esta es una ciudad grandísima.

-Vete, no sigas aquí, tu presencia estorba -gruñe Terrence.

Me doy vuelta en la silla y veo a mis guardas en las esquinas de la panadería, también a Astor, sentado a mi lado en silencio, a mi disposición, como si este chiquillo rico y mimado fuera a hacerme algo malo. Como si pudiera.

-No tienes el derecho de venir y tratarla de esa forma -suelto, viéndolo fijamente.

Si hay algo que me pone los nervios a flor de piel y la sangre hirviente es cuando tratan mal a Irene solo por ser la mesera de este lugar. Ella sigue siendo una persona.

-Puedo hacerlo. Para eso le pagaré -bufa él.

-No. Le estás pagando para que te dé comida, no para ser tratada como una larva, tu dinero no vale lo suficiente para que ella sea tratada de esa forma -replico, ya furiosa-. Pídele perdón, nada te cuesta.

- ¿Y tú me vas a mandar? -Se levanta de la mesa, está dispuesto a mantener una discusión extensa conmigo.

-Pídele -lentamente digo-, perdón.

-Tú deberías callarte, nadie te mete a este tipo de conversaciones. A menos que quieras seguir teniendo paz en la universidad, te sugiero que me dejes en paz a mí y mis acciones -dice y mira a Irene-. Y en cuanto a ti, me encargaré de que te despidan, y que esta panadería se vaya a las ruinas. Todo por ti.

La piel me arde cada vez más, y mis guardas están a punto de iniciar una batalla, pero con un gesto que los Dellower no ven, les ordeno que no hagan nada.

No te arrepientas [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora