16: Respuestas.

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Sola y abrumada. Esa es la mejor definición de este momento. Me he quedado aquí, simplemente en la oscuridad, pensando lo ridícula que se ha tornado mi vida. Y claro, me ha dado insomnio.

Solo consigo pensar en que mañana -hoy, porque estoy a mitad de la madrugada- sabré qué sucedió realmente con mi familia, o al menos, si alguno ha quedado vivo.

Más tarde, Irene entra como siempre, pero en vez de gritarme y hacer esa repetitiva conversación del "Eres excesivamente irritante", se lanza a mi lado. Se quita los zapatos y luego entra a la cama, para abrazarme fuerte, como lo haría una niña... como una niña que quiere consolar a su madre luego de que ésta haya llorado.

-Vi tu mensaje -expone-. Pero no pude venir ayer porque mi madre estaba molesta y mi padre la apoyó. Pero te dejé miles de mensajes.

-No los vi -admito, y la veo.

Apoyo mi mejilla en su hombro, y dejo que ella acaricie mi cabello, porque es una muestra de cariño que desde pequeña me gustaba, me tranquiliza y me hace sentir que no estoy sola. Irene es la única que sabe eso, y por eso lo hace.

- ¿Cómo te sientes?

-Estoy cansada -admito-. Física y emocionalmente; no dormí nada pensando en hoy.

-Yo tampoco pude dormir mucho -comenta-. Zack también tuvo problemas con su padre, y con tu mensaje me preocupé muchísimo más. Creo que tú pudiste dormir más que yo, tonta.

-Gracias por haber venido -musito con verdadera emoción-. ¿Qué hora es?

-Las ocho y media -responde y luego ríe-. Vine a las siete, pero quise dejarte dormir un poco más, así que me encerré a ver televisión y a esperarte.

-Debiste entrar como siempre; ya sabes, los gritos tuyos -le sonrío-. Escucha bien esto, porque no lo diré nunca más; me hace feliz escucharte gritarme en las mañanas, "¡Katherine Lawrence! ¡Arriba, arriba!".

Irene me da un golpe en la cabeza con los nudillos y luego se ríe. Le hace mucha gracia, aunque también le irrita que la imite, porque siempre hago cien veces más agudo su tono de voz.

-A mí me alegra que al menos te despiertes -expresa y luego se aleja-. Vamos, tienes que alistarte para esta cosa.

-Lamento que hayas faltado a la universidad -me disculpo y ella le resta importancia con un ademán de manos-. Pero luego de este desastre, volvemos, ¿sí?

-Por supuesto, tenemos un proyecto por entregar -bufa-. Vamos, al baño, yo me encargaré del resto.

Empieza a ir al armario y yo me aferro a su torso, en lo que pretendo que sea un abrazo amistoso. Ella sonríe, me quita de su lado y con una nalgada me obliga a entrar al cuarto de baño. Procuro tardarme en la ducha, pero no consigo tener las suficientes ganas de permanecer bajo el agua más de quince minutos, así que salgo pronto.

Me visto, en la soledad de mi habitación, con la ropa que Irene ha elegido para mí; un pantalón negro, una camisa azul oscura con un gato blanco dibujado en el centro, y mis botines negros favoritos. Me peino el cabello y tras una eternidad con la secadora, bajo.

Desayunamos juntas, sin hablar en absoluto del tema en cuestión, y luego de comer algo, vamos al campo de golf, simplemente a caminar, mientras esperamos a que la impuntual Lorette Lavigne llegue a mi casa.

- ¿Qué crees que pueda suceder? -Pregunta mi mejor amiga, de pronto.

-No lo sé -admito, y suspiro pesadamente-. Siento que... sí, es decir, ¿no notas el gran parecido que tenemos? Y además, es Lavigne. Y sabe cosas de mí que no fueron publicadas por la Hacker. Pero...

No te arrepientas [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora