22: Isla.

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- ¡Oh, carajos! -Exclamo, saltando de emoción-. ¡Mira, solo miraaaa!

-Deja de gritar, no estoy sordo, tampoco ciego -bufa y se cruza de brazos a mi lado-. ¿Te emocionas por ver un pez?

- ¡Pues sí! -Señalo al pequeño pez anaranjado-. Ah, si hubiera sabido esto, hubiera traído mi cámara.

- ¿Sabes? No me agradan las cámaras -dice y yo lo miro, con el ceño fruncido-. Es decir, ¿no podrías recordarlo por ti misma solo porque te gustó el momento? ¿Para qué quieres fotografías de eso? ¿Para presumir? ¿Para recordarte a ti misma que nunca más volverás a ver algo como eso? Es melancólico. Los mejores momentos, si fueron así, se quedan siempre aquí.

Le da tres toques a mi cabeza y luego sonríe hacia el mar. Me quedo ahí, viéndolo como una tonta, y decido, sin saber cómo, que es momento de tomar fotografías. Sé que lo que dijo él es cierto, pero la emoción me puede.

Hemos hecho de todo; he comido como un cerdo de engorde, he visto peces, he jugado de cerca con los delfines, Terrence se ha quedado dormido adentro del yate y me ha permitido poner música, para atraer a los peces. Cuando despertó, me regañó por estar tratando de tocar a los peces, y luego dramatizó para mí parte de la película Titanic, solo para molestarme. He reído como una imbécil de todo lo que hace, y claro, de su mala suerte de no poder ver a los mejores peces.

Encuentro mi mochila en medio de un gran sillón de cuero que viene en el yate, y entre cuadernos y libros, encuentro mi pantalón, que tiene mi celular en el bolsillo. Cuando enciendo la pantalla, veo las doce llamadas perdidas de Irene, otras de Astor, varias tantas de Lorette, Dante, Zack y Gabrielle, incluso. Todos desesperados por saber adónde carajos me encuentro.

- ¿Qué haces? -Doy un respingo al ver a Terrence frente a mí-. ¿Qué pasa?

-Me había olvidado de Irene -admito, apenada-. No le dije que vendría contigo, y me han llamado muchas veces.

Él mira la pantalla y se ríe.

-Bien, llámala de vuelta y dile que estás conmigo -se encoje de hombros-. Además, tu vida es muy tu problema. A ella no le importa decirte cuando va a dormir a nuestra casa.

El celular resbala de mis manos, haciendo que la confesión resulte un poco más dramática de lo que debería. Lo tomo entre mis dedos rápidamente y trato de no demostrar cuán afectada me siento que Irene no me haya dicho nada de eso. Así que, Irene me ha estado dejando de lado no solo por su novio, sino también por Gabrielle. Perfecto. Maravilloso. Justamente lo que me faltaba.

-La llamaré para decirle algo -aviso, y empiezo a caminar hacia afuera, a la parte trasera del yate.

Marco con dedos trémulos su número y lo pego a mi oído, a la espera de que me responda en algún instante. Lo hace al tercer tono.

- ¡Phoebe! -Chilla-. Estaba muy preocupada por ti, ¿qué sucedió?

-No te preocupes más -le pido-. Estoy bien. No estoy en casa, ¿puedes avisarle a Astor?

- ¿Dónde estás? -Me pregunta-. Se escucha muy mal tu voz.

-No hay muy buena recepción aquí -respondo, y es verdad-. No te preocupes, he salido a dar un paseo.

- ¿Sola? -cuestiona, extrañada-. Tu odias viajar sola, Phoebs.

-Oh, no, no voy sola -aseguro-. Estoy muy bien acompañada. No te preocupes.

-Uhmm... ¿de casualidad es Terrence tu acompañante? -Pregunta, con tono sospechoso-. Porque no lo vi hoy en... la universidad.

Argh, es que suena tan sospechosa. Ella es quien me miente. ¡Me está mintiendo en mis propias narices!

No te arrepientas [Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora