La vida está llena de decisiones que debes tomar sin siquiera detenerte a pensarlo un segundo. Ocasiones en las que solo te guías por lo que desea tu cuerpo, mente y alma. Días en los que la cordura y lo debido no entra a tallar con lo que queremos. Instantes que se vuelven locuras para todos y lo necesario para ti. Esta es un de esas.
Llevo veinte minutos de mi vida teniendo la misma idea. Idea que no ha dejado de perseguirme desde que tomé la bicicleta vieja de Ceci y salí de casa. He conducido aproximadamente tres calles y, aunque un poco exhausta, no dejo de pensar que esto es una completa locura. No obstante, como explique anteriormente, este es uno de esos momentos que no prima la razón. Empiezo a entender que sentirse enamorada obstaculiza un poco el buen pensar.
Y hasta te hace más filósofa.
Observo de reojo el marcador de mi reloj de mano y me sorprendo al ver la hora, son aproximadamente las dos de la mañana. Eso explica por qué mientras conduzco por las calles de Charlotte, no encuentro ni un alma cruzando alguna avenida. Y es que muy tontamente he decidido hacer mi locura de amor, cuando hay demasiadas posibilidades de que me aplaste un camión o me secuestren.
Acelero el ritmo de mis piernas para obligar a la vieja bici a ir con más velocidad. Solo consigo que los gastados pedales produzcan un ruidoso sonido, y que el timón se tambalee un poco. Eso ocasiona que pierda el control de este y que caiga de costado sobre alguna acera.
Me levanto tan rápido como puedo y sacudo el polvo de mis jeans. Luego, vuelvo a enderezar la bici y me subo en ella para intentar llegar a casa de Marlon, por segunda vez.
Sí, mátenme.
O ámenme.
Como sea, me da igual.
En tanto me detengo en uno de los semáforos, estaciono mi bici como si fuera mi viejo escarabajo. El automóvil negro de alguien se posiciona a mi costado. Por la ventana puedo ver al conductor de este. Tratándose nada más y nada menos que de Caleb Thompson.
— ¿A dónde vas a estas horas, gordita?
Mis dientes se aprietan fuerte y expulso algo de aire por la nariz. Tengo enormes ganas de lanzarle una roca en la cara. Sin embargo, mi necesidad por llegar pronto a mi destino me hace solo mostrarle el dedo de en medio y pedalear como una máquina.
Unos cuantos metros más adelante y, mientras sentía el viento chocar en mi nariz con rudeza, oigo un ruido chilloso en la parte trasera. Seguido de esto, mi bicicleta empieza a sentirse pesada y algo lenta. Ignorando lo que acaba de suceder, mantengo el ritmo en mis piernas, tratando de moverlas con agilidad para llegar más rápido. Pero de repente me detengo en seco. Como si el combustible de mi "automóvil" acabara de terminarse.
Bajo de la bicicleta, obviando que Caleb sigue a unas cuadras de mí -extrañamente estacionado-, y reviso las llantas traseras de esta. Con sorpresa noto que una de las llantas se ha pinchado. Emito un enorme resoplido y dirijo la vista hacia las calles que aún me faltan recorrer. Son aproximadamente unas cinco más para llegar a casa de Marlon.
Nuevamente el auto del tonto de Caleb se hace presente en la escena, pero esta vez él se toma el tiempo de bajar de este.
— Ups, estás en problemas.
— ¿Tú crees? —respondo con ironía.
— A donde sea que vayas no avanzarás mucho con esa llanta —me mira de pies a cabeza—. Y tampoco con esa llanta pinchada —ríe.
— Eres un imbécil —lo señalo—. Ve a decirle eso a tus iguales.
— ¿Iguales en qué?
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WHEN SHE WAS HIS FRIEND.
Teen Fiction*Lista corta de los Wattys 2018 Él está confundido. Él es un poco idiota. Él está ciego. Él no olvida. Él está desilusionado. Él está enamorado. Él... Él es real. ¿Y yo? Yo siempre seré su amiga.