A sabiendas de que podía haber arruinado el plan de Bill, sólo un poco, hizo sentir muy bien a Tom. Sabiendo de que podía sorprenderlo si lo intentaba lo hizo sentir satisfecho y orgulloso de sí mismo.
El sólo deseaba no haber tenido que besar a Bill para probarle que tenía algunos trucos bajo la manga.
Tom no quiso querer besar a Bill. No quería, porque para él era ilegal tener algún tipo de relación romántica con un preso en el lugar donde trabaja. Los doctores no pueden dormir con sus pacientes, y los policías no pueden dormir con sus prisioneros, esas son las reglas.
No es que Tom hubiera pensado en dormir con Bill…
— ¿Qué demonios fue eso?
Tom levantó la cabeza y violentamente se trató de deshacer de esos pensamientos.
— ¿Qué fue eso?
— ¡Eso! –Georg estaba prácticamente agitando los brazos. – ¡Justo ahora con el 815!
— Su nombre es Bill.
— Como sea –los ojos de Georg estaban muy abiertos, como si llamar a Bill por su nombre fuera peligroso. – ¿Nada de lo que te dijimos ese día entró en tu dura cabeza? ¡Él-es-peligroso!
— Está en prisión Georg –le espetó Tom– rodeado por policías. Tengo un arma. ¿Qué puede hacer? –se estaba cansando de hacerse esa pregunta él mismo y a los otros.
Georg balbuceó durante unos momentos antes de decidirse a hablar con un pequeño resoplido.
— ¡Un montón de cosas!
Tom resopló y cerró la boca. Había tenido suficiente de esto. No quería oír nada más de nadie.
— Él no está mentalmente estable, Tom –continuó Georg– no tengo idea de por qué no puedes ver eso, pero no debes pasar el rato con él. No es seguro.
— Lo veo –dijo Tom con los dientes apretados. – Confía en mí, lo veo –miró a Georg con los ojos entrecerrados. – El hecho de que él no es como el resto de nosotros, no significa que no necesite amigos, alguien que se preocupe.
Georg parecía esperar que dijera algo más, así que continuó. ¿Qué pasa si estar aquí lo vuelve loco? ¿Qué pasa si estar solo sin nadie con quien hablar lo hizo así?
— Así que tú qué, ¿estás tratando de salvarlo?
— No –dijo Tom con incredulidad– simplemente no creo que debería estar solo, eso es todo. Nadie viene a visitarlo.
— Y debe haber una razón para eso –dijo Georg, pero parecía darse por vencido. Pasó sus dedos sobre su cabello largo con un suspiro. – Mira, no puedo hacer que dejes de visitarlo –dijo– pero eres un policía. Ser su amigo, Tom, no es tu trabajo. Si haces cualquier otra cosa y lo veo, tengo que reportarte. No es nada personal.
Tom frunció el ceño.
— No estoy pensando en hacer otra cosa –prácticamente gruñó.
— Puede ser que no –dijo Georg– pero él definitivamente sí. Sólo estoy diciendo, cuida tus espaldas.
Tom apretó los labios y se dio la vuelta antes de hacer algo de lo que se arrepintiera o de que Georg volviera a hablar.
— La historia se repite.
Georg saltó y se dio la vuelta, sorprendido de ver a Andreas sentado en la parte trasera del vestuario. Su rostro tenía una expresión oscura que Georg nunca le había visto antes.