Tom dejó caer la pistola al suelo en cuanto el resto de los oficiales comenzaron a reunirse a su alrededor, jadeando y observando la escena que tenían en frente.
La mujer que el tirador había empujado a los estantes había sido puesta en una camilla y escuchó algo sobre un hombro dislocado, pero no podía centrarse en ella en ese momento. Sólo observaba el cuerpo en el piso, la forma en que la sangre seguía corriendo, tenía los ojos bien abiertos, mirando acusadoramente directo a Tom.
— Wow, Tom, ¿Tú has…? –preguntó Georg a sus espaldas, con los ojos también sobre el cuerpo.
Apenas notó a la gente corriendo alrededor. Sólo pudo seguir al cuerpo con la mirada cuando lo metieron en una bolsa negra, lo subieron en la camilla, cerraron la cremallera y se lo llevaron.
— Oye, ¿estás bien?
Sintió una mano sobre su hombro, y pudo ver el cabello color rojo vivo con su visión periférica.
— Estoy bien, Sophie –gruñó.
— No, no lo estás –dijo en voz baja leyendo su expresión. – Lo siento.
— Ahora no, ¿de acuerdo? –estalló Tom y se encogió de hombros quitándose la mano de Sophie. No quería lidiar con eso ahora; las miradas, la simpatía.
— Oye, al menos esa mujer está bien –dijo en un tono más bajo. – La salvaste. Su nombre es Amanda. Te envía sus agradecimientos.
— Bien por mí –se quejó Tom. No podía sentirse para nada como un héroe aunque Sophie estaba tratando de hacerlo sentir así. No la había salvado. No había hecho nada, excepto matar a un hombre. Se dio la vuelta bruscamente y prácticamente corrió fuera del supermercado, haciendo caso omiso de la gente que le gritaba que regresara y se detuviera. Quería dar su declaración después; no lo podía hacer justo ahora.
Sus piernas temblaron y se detuvo justo afuera del edificio. Tenía el estomago revuelto y dos segundos después estaba vomitando sobre la acera.
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— Si quieres un día libre, estoy seguro…
— No –dijo Tom sacudiendo la cabeza. – Estoy bien.
Después de pasar la última media hora dando su declaración de lo sucedido, el oficial Braun se había acercado a él.
— Sí, pero la primera muerte… –Braun se detuvo, viendo como Tom se estremeció ante la palabra muerte. – No es fácil, y eres muy joven. Mi primera fue hace cinco años. Primero y único, espero. No es frecuente que este tipo de cosas sucedan aquí; deberías tomar el resto del día y mañana libres.
— Estoy bien –replicó Tom. – Sólo déjenme solo, déjenme trabajar.
Braun suspiró pero dio marcha atrás y dejó a Tom con sus papeles.
Tom fingió estar escribiendo por varios minutos antes de bajar el lápiz. Su mano temblaba mucho como para continuar.
— ¡Mierda! –tiró el lápiz a través de la habitación y enterró sus manos en su cabeza. No podía sacar el rostro del hombre de su cabeza, como lo miraba con sangre saliendo de su pecho. Su nombre era Karl Kappel y tenía una esposa y dos hijos. Había sido un hijo de puta violento, pero aun así era una persona. Había sido alguien, y Tom le había quitado la vida, incluso si la vida que le esperaba era de toda la vida en prisión.
Sabía que un día libre podría ser lo mejor, pero no quería ir a casa. No había nada que hacer en casa, nada que lo distraiga de pensar en lo que había hecho.