Viendo a la mujer salir de la sala de interrogatorios, con los ojos rojos y llorando sobre un pañuelo, hizo que a Tom también le dieran ganas de llorar. Ella les había dicho todo lo que sabía acerca de su esposo, el tirador de la última semana, y fue muy claro que había sido muy duro para ella.
La piel de sus ojos aún estaba magullada después de la última golpiza que le propinó antes de que muriera. Eso, en realidad hizo sentir mejor a Tom por matarlo, pero no era suficiente para luchar con las pesadillas que tenía prácticamente todas las noches. Se despertaba lleno de frío sudor, jadeando, después de tener otro sueño con un hombre con ojos de zombi y un agujero de bala en el pecho que venía a buscarlo, acusándolo por haberlo asesinado.
— Me siento tan mal por ella –dijo Georg silenciosamente deteniéndose al lado de Tom.
— ¿Le miraste la cara? Su marido le dio una paliza pero aun así sigue con el corazón roto por su muerte. ¿Puedes entenderlo?
Tom se encogió de hombros.
— No puedes odiar a quien amas –dijo mirándola mientras caminaba hacia la puerta, estaba llorando y temblando de pies a cabeza. – No es su culpa que lo amara.
— Pero… –Georg sacudió la cabeza y miró a Tom con escepticismo. — ¿Cómo es posible que lo amara, cuando era como un monstruo? Vamos, eso no es amor, eso es miedo. No se atrevía a dejarlo.
— Estoy seguro que no siempre fue así –dijo Tom. – Probablemente comenzó a beber o algo.
— No importa –dijo Georg con un resoplido. – Tenía que haberlo dejado desde hace mucho tiempo.
— Tal vez debería haberlo hecho.
— ¿Tal vez? –dijo Georg con incredulidad y le disparó una mirada dudosa. – ¿Estás defendiendo al hijo de puta?
Tom abrió los ojos.
— ¡No! –dijo, sorprendido de que Georg pudiera pensar que estaba defendiendo a alguien que había asesinado a varias personas. – No, en absoluto, sólo estaba diciendo… no sé lo que estoy diciendo. Ella lo amaba, lo hacía y ella estaba dispuesta a mirar más allá de sus defectos. Creo que es admirable.
— Es estúpido, es ingenuo. Nada en su relación era sano.
Tom se encogió de hombros.
— Lo sé. Tal vez sólo sea porque yo lo maté y por eso me siento así.
— Debe ser –convinó Georg, antes de acariciar su espalda en un intento de animarlo. —¿Qué me dices de una cerveza en la noche?
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Era la hora del almuerzo y Tom se dirigía a ver a Bill. No tenía mucho apetito últimamente así que pensó que debería hacer algo de merito en lugar de sentarse a sólo jugar con la comida.
— A la mierda estas escaleras –maldijo en voz baja deseando por enésima vez que instalaran un elevador.
— Es el cumpleaños de mi sobrina la próxima semana –dijo Anne mirando por encima de la mesa a su paciente. – Tiene once. Me pregunto si ya esta grande para las muñecas o si podría comprarle una muñeca Barbie.
— A todas las niñas les gusta eso –dijo Bill encogiéndose de hombros.
— ¿Eso crees?
— Claro.
— Supongo que tienes razón. No tenía ninguna propia cuando era pequeña, pero mi vecino tenía unas pocas, a pesar de que no eran tan bonitas como hoy en día. De todos modos iba a jugar con él.