Bill despertó a la mañana siguiente sin tener la menor idea de donde estaba. Durante varios minutos sólo se quedo allí, tieso y respirando apenas, hasta que recordó lo que había sucedido, el restrictivo sentimiento que sentía, era el brazo de Tom alrededor de él.
Rápidamente se deslizó fuera del estricto control y salió de la cama. Pensó en el día anterior y casi le dieron ganas de desaparecer en el aire por la vergüenza. No podía creer lo que había pasado y ahora cuando estaba mirando a Tom sentía la ira burbujear en él y querer que desapareciera. Pero al mismo tiempo, en el fondo sabía que no sería capaz de resistir que se fuera de nuevo y eso era frustrante. No quería admitir que la noche anterior había sido un gran alivio, pero lo fue, había sido el mayor alivio y en realidad ahora se sentía un poco mejor.
Poco a poco pero sin pausa, se dirigió al cuarto de baño, solo para alejarse de él y no correrlo, se apoyó pesadamente sobre el fregadero. Se miró en el espejo y lo que vio fue impactante.
– Guau,— susurró, parpadeando a su reflejo. Parecía un fantasma, como algo salido de una pesadilla o una película de terror. Tenía las mejillas más unidas que antes, sus ojos estaban hundidos y rojos, su rostro pálido y su cabello era un desastre.
Pasó una mano sobre los nudos de su cabeza pero fue en vano, los nudos eran demasiado inflexibles, necesitaba una ducha urgente. Se enderezó y reunió todo su cabello en un lado pasándolo sobre su hombro. Se dio la vuelta, manteniendo el cabello fuera del camino para poder mirar su tatuaje en la parte posterior de su cuello. Lo vio en el espejo, mirándolo por primera vez en años.
— Oh Dios, ¿no duele?
— Está bien.
— Sin embargo está sangrando. ¿No te duele?
Bill rió, un poco tenso. – Sólo me preguntas eso.
Karina sonrío preocupada, sus ojos en la aguja que zumbaba presionando contra el cuello de Bill.
– No puedo creer que estamos haciendo esto,— dijo, sonando un poco aturdida.
– Estamos locos.— ¿No te estás rajando verdad? – Bill le sonrió y trató de no estremecerse ante el punzante dolor en la parte posterior de su cuello. Ella no querría hacerlo sí él le mostraba lo doloroso que era, y sí ella no se lo hacía, entonces no sería lo mismo.
— De ninguna manera.
La aguja se mantuvo zumbando contra su piel, de repente Karina soltó una risita. — ¿Qué?— ¿No duele?— su voz tenía el tono de broma. — ¿Estás seguro? Estás apretando fuertemente mi mano.
Bill frunció el ceño antes de rendirse.
– Bien,— dijo. – Bien, bien. Duele demasiado. ¿Feliz?
Karina sonrió y acarició su mano con su pulgar. – Sin embargo se ve muy bien, vendrá de maravilla.
Bill le sonrió antes de gemir y apretar los ojos cuando la aguja presiono fuertemente contra su piel, coloreando las partes que se suponían eran negras. Tenía quince años, ella tenía sólo catorce (y medio, ella se aseguraba de añadirlo siempre), y el límite de edad para hacerse un tatuaje era dieciocho. Estaba muy satisfecho por el hecho de que se estaban haciendo esto, Karina sabía de alguien que estaba dispuesto a hacer tatuajes a menores de edad. Le pagaron el doble al hombre por esto, así que no les dijo nada, excepto mantener la boca cerrada acerca de quien se los había hecho.
— ¿Bien?— preguntó Karina enjuagándose la frente con un pañuelo.
Bill resopló y abrió los ojos, tratando de mantener el dolor fuera de su cara. Lo hago de forma impresionante, pensó, molestó consigo mismo.