I.- Los recién llegados

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La lluvia caía sobre el coche aparcado afuera de lo que sería su nuevo lugar de trabajo a partir  de ahora. Mantuvieron sus abrigos bien cerrados al bajar del auto. La lluvia salpicó desde el suelo,  mojando sus pantalones y zapatos. Encorvados, corrieron cinco pasos hasta la puerta; estaban listos  para abrirla, una campana sonó sobre sus cabezas. Quienes se reunieron con ellos al atravesar la  puerta eran dos agentes de policía; un hombre y una mujer. El hombre parecía bastante agradable, como un abuelo con cabello y barba plateada. La mujer parecía estricta, también más joven, y la  forma en la que miró a los nuevos trabajadores fue un poco aterradora.

Los cinco recién llegados se estremecieron, tanto por el frío como por el recibimiento. Miraron  alrededor de la entrada del salón y sacudieron el agua de su ropa y cabello. Varios murmullos de  emoción comenzaron cuando alguien señaló cinco uniformes, que estaban tendidos en una mesa  del rincón.

Los murmullos no cesaron hasta que la mujer aplaudió rápidamente tres veces.  Instantáneamente, cinco pares de ojos pusieron toda su atención sobre ella.

—Bienvenidos oficiales.

Más murmullos comenzaron, pero una tos severa los silenció de inmediato. El más joven de  todos contuvo una sonrisa mientras le daba un codazo al que estaba a su lado. —Ella suena a problemas —susurró y asintió con la cabeza hacia la mujer.

El otro apenas tuvo tiempo de asentir antes de que la mujer fijara su atención a donde provenía  el susurro. Se dirigió hacia él; los otros cuatro jadearon y retrocedieron instintivamente. Se detuvo ante el joven y apuntó su garrote negro hacia su barbilla.

—¿Cuál es tu nombre, oficial?

Él tragó saliva.

—Trümper, señora. Mmm..., Tom.

El hombre que había recibido el codazo se mordió el labio para evitar sonreír. Estaba aliviado  de no tener a esa aterradora mujer preguntando su nombre.

—Oficial Trümper —dijo y bajó su garrote—, su trabajo de esté día será limpiar las celdas del
tercer piso.

Los otros cuatros sonrieron y él viejo policía negó con la cabeza, sonriendo. Está era aparentemente la conducta normal de la oficial.

Tom apretó los dientes, pero asintió. Todos se dieron cuenta que no debían meterse con aquella
mujer.

—Ahora —dijo ella, dándose la vuelta para ubicarse de nuevo al lado del oficial de cabello  plateado—, si no tenemos ninguna otra interrupción, tal vez tengan la oportunidad de hacer algo  productivo el día de hoy —Tom se ruborizó—. Mi nombre es oficial Bäcker y este es el oficial  Braun, nuestros primeros nombres no importan, aquí sólo usamos los apellidos. Su trabajo será  seguir nuestras órdenes y mantener a los prisioneros felices.

—¿Por qué querríamos hacerlos felices? —murmuró el chico llamado Tom al compañero a su
lado.

La oficial Bäcker le dio una mirada.

—Ahora que lo pienso las celdas del cuarto piso también necesitan ser limpiadas —Tom gruñó  y maldijo su gran boca—. Y para tu información, Trümper —dijo—, tenemos que mantener a los  prisioneros felices porque nosotros no queremos presos enojados. ¿Y por qué no queremos eso?  Cuando los prisioneros están enojados no es fácil estar cerca de ellos y hemos tenido un montón  de ojos morados entre los presos y los policías. Algunos de ellos son violentos y no dudaran en  darte una paliza. ¿Está claro? Así que no molesten a los prisioneros —miró a los cinco recién  llegados, todos fijaron los ojos en el suelo escondiéndose de su mirada—. Ahora, allí están sus  uniformes y por allá se pueden cambiar, —dijo y señalando una puerta a la izquierda—. Vístanse  y los veré aquí en cinco minutos —los recién llegados vacilaron sobre sus pies y se miraron unos  a otros—. Eso dio por terminado mi discurso. Muévanse —les indicó con la mano.

Los recién llegados se apresuraron a tomar su uniforme, encontrar su talla y correr a cambiarse  chocando entre sí en el camino.

—Claro —un castaño agregó—. Quiero decir, ¿han visto su ceño fruncido? ¿Creen que alguna  maldita vez sonríe? —se quitó rápidamente los pantalones y se puso los negros del uniforme.  Cuando se abrochó el cinturón se volvió hacia Tom—. Lo siento por ti hombre —dijo y le palmeó  el hombro—, si yo fuera tú me sentiría miserable.

Tom se echó a reír.

—Solo necesita un poco de amor, eso es todo.

Los otros cuatro en la habitación lo voltearon a ver con el ceño fruncido. Tom río.

—Estoy bromeando. Es una bruja.

— Vamos a quemarla —dijo el moreno.
—Oh por cierto —sostuvo una mano hacia Tom—.
Georg Listing.

Tom la estrechó. —Tom Trümper.

—No envidio tu tarea de hoy, Tom —dijo sacudiendo la cabeza.

—Sí… Pero no creo que cada piso tenga demasiadas celdas, así que sobreviviré.

Que equivocado estaba. Había diez celdas en cada piso y estaban tan sucias que parecía que no  fueron limpiadas en años. Para el momento que Tom había acabado, la hora del almuerzo ya había  terminado y su estomago estaba gruñendo. Mientras estaba limpiando, había visto pasar a Georg  junto al chico rubio y el desayuno, luego fue el almuerzo y después los prisioneros.

Se preguntó por qué ellos, la policía, tenían que hacer trabajos de limpieza y de alimentación.  ¿No tienen gente para eso? Claro, eran recién salidos de la escuela y todo pero ¿cómo se suponía  que aprenderían a ser oficiales de policía si no tenían nada real que hacer? Ni siquiera tenían una pistola en el cinturón.

Tom se secó la frente y apartó las rastas de su rostro. Puso su trapo, cubeta y el jabón en un  armario, se dirigía al corredor cuando una puerta se abrió y dejó salir a una multitud. Eran los  prisioneros dirigidos de nuevo a sus celdas por el policía de cabello plateado y una pelirroja queTom reconoció como una recién llegada igual que él. Tom frunció el ceño. ¿Qué había hecho ella  para merecer algo tan interesante como aquello?
Los prisioneros fueron entrando cada uno en su celda. Todos llevaban feas ropas naranjas, un  número impreso en el bolsillo delantero de la camisa y un brazalete en el brazo que parecía  imposible de abrir. Algunos de los presos eran grandes, como los que ves en las películas,  musculosos, con los brazos tatuados y la cabeza rapada, pero la mayoría de ellos parecían  normales. Inquietantemente normales. Tom no hubiera reconocido a la mayoría de ellos como  criminales si los viera pasar por la calle. Una mujer con el cabello rubio y sucio a la que le faltaba  un diente, le guiñó un ojo al ver que la estaba mirando, Tom bajó rápidamente la mirada y se  estremeció.
Tom observó a los prisioneros acercarse hacia sus celdas, cuando vio a uno que tenia la mirada  puesta en él. No era el hombre musculoso, ni la mujer, era un joven pequeño con cabello negro y  largo. Sus ojos eran tan negros como sus cabellos. Tenía la cabeza inclinada hacia delante, la  mayoría del rostro estaba cubierta por su cabello, pero Tom pudo ver una ligera sonrisa en sus  labios.

Los prisioneros pasaron al lado de Tom. El de cabello negro no le quitaba los ojos de encima y  Tom parecía estar atrapado en sus ojos negros.
Parpadeó y apartó los ojos de su penetrante mirada, los dirigió en cambio al número impreso es
su camiseta naranja.

815

A medida que pasó junto a él, pudo percibir de nuevo su mirada y una sonrisa malvada que se  dibujo en sus labios. Tom se estremeció.
Empezó a caminar rápido cuando la mujer del cabello sucio lo empujó por los hombros para
que se moviera.

A dos puertas de donde Tom se detuvo, el prisionero 815 fue llevado a su celda antes de cerrarla  bajo llave detrás de él. Tom se sorprendió de ver que había una cerradura extra en la puerta sin  contar el cerrojo.

Tom miró la puerta del 815. ¿Por qué una persona tan pequeña necesita una cerradura extra? Tom lo apartó de su mente y caminó en dirección contraria, corrió escaleras abajo para ver a la  oficial Bäcker y obtener una nueva tarea. Se recordó no volver a regarla con ella de nuevo

PRISIONERO 815 (TERMINADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora