Bill estaba temblando de pies a cabeza y el latido de su corazón era un persistente boom, boom, boom contra su pecho. Sus propias palabras resonaban en sus oídos, especialmente las últimas, se tragó las ganas de vomitar. Bajó el espejo. – No me gusta esto,— afirmó, mirando a Anne.
— ¿Qué no te gusta?— le preguntó, como de costumbre queriendo que elaborara lo que estaba diciendo.
— Esto,— dijo, sabiendo que probablemente parecía enfermo. Tenía tantas nauseas y estaba increíblemente mareado. – Todo. Decir que no soy culpable. No me gusta.
— Tú…
— Estuve de acuerdo en alegar demencia,— dijo, empujando aun más lejos el espejo. Estaba seguro que pronto lo iba a lanzar. – Estoy de acuerdo con eso, pero aun así lo hice, Anne. No soy inocente. Quería demasiado matar a Jörg, tanto que otras tres personas tuvieron que sufrir las consecuencias.
— Hay una diferencia muy grande entre ser inocente y declararse no culpable,— dijo Anne, mirándolo de cerca con su penetrante mirada. – Sólo queremos reducir tu condena.
Bill se encogió de hombros. – No voy a salir de aquí,— dijo. – No,— dijo enfáticamente mientras Anne abría la boca. – Se lo que quieres, pero yo no, olvídalo, ese lugar me va a volver más loco. — Pensó como había sido su última estancia en el hospital mental, la cual afortunadamente no había durado mucho tiempo. Demasiados psiquiatras, demasiadas conversaciones, voces suaves y comprensivas y habitaciones color azul claro, estaba seguro de que si lo enviaban allí de nuevo, habría conversaciones grupales. La piel se le puso de gallina de solo pensarlo. Si iba a ir a un lugar como ese, iba a encontrar una manera de quitarse la vida que posiblemente sería tan creativa como los rumores.
Anne suspiró lentamente y se inclinó hacia atrás, una mirada de desaprobación cruzaba su rostro. A Bill no le importaba.
Él se quedaba donde estaba.
— Todo lo que quiero es sólo…no ir al infierno,— Hizo una pausa. — ¿De acuerdo?
Anne frunció los labios mientras pensaba en ello. – Siempre y cuando no pierdas el control otra vez,— dijo finalmente, dejando claro que no estaba de acuerdo con eso. — Si lo haces, estoy en mi derecho de transferirte contra tu voluntad.
— Hecho.
— A Tom no le va a gustar esto, lo sabes.
Bill frunció el ceño, olvidando las náuseas.
— ¿Estamos casados o qué?— preguntó, un poco irritado. — ¿Es mi esposo? ¿De repente vale tanto su palabra? ¿Le dije cosas y de repente tiene todo el poder sobre mí?
— Cálmate, sabes que no es lo que estoy diciendo. Sé que quieres tu control de nuevo, pero tienes que dejarlo ir alguna vez.
Bill cruzó los brazos e hizo una leve mueca. No sabía que pensar de lo que ahora estaba pasando. Solía tener control absoluto sobre cualquier situación y de repente ya no podía manejarlo. No estaba seguro de cómo había sucedido, pero sabía que no se sentía confortable con ello. Por supuesto que era bueno abrir de nuevo su historia, no podía negar eso, pero estaba recibiendo lastima de todas las direcciones y eso definitivamente no le gustaba. No le gustaba la lástima y ahora, cuando consiguió regresar a sus cabales, se daba cuenta de lo raro que lo hacía sentir.
De alguna manera Anne percibía lo que estaba en su mente. — ¿Debo decirle a Tom que regrese esta noche a casa?Bill se mordió el interior de su mejilla. Quería decir sí, pero también quería decir no. ¿Qué pasaría si dijera que sí? ¿Qué pasaría si Anne le dijera a Tom que se fuera a casa? Bill no quería que ya nunca regresara, sólo quería… ¿Qué quería?