— Entonces confía en mí.
Había algo en esas palabras que le preocupaba a Tom, pero Bill lo miraba de la forma más seria que podía. En medio de la profunda oscuridad, había algo, que le pedía, casi le rogaba, que confiara en él.
¿Podría?
Miró a Bill que parecía honesto. Su sonrisa se había y ido y no hacía nada más que mirarlo. Sus ojos aún ardían, el fuego parecía ser permanente; pero de alguna manera eran suaves.
¿Qué podría hacer Bill de todos modos? Se preguntó a sí mismo por enésima vez. Estaba en una celda bien resguardada, y si pudiera llegar a escapar, el pueblo era tan pequeño que podrían reconocerlo fácilmente y/o encontrarlo antes de que llegara a ningún lado.
— ¿Lo harás? ¿Confiarás en mí? No voy a hacer nada –repitió Bill.
— ¿Qué es lo que no vas a hacer? –preguntó Tom con curiosidad– ¿Noquearme y escapar?
— Sí, eso –dijo Bill levantando la comisura de sus labios de nuevo– no voy a hacerlo. Eso es de lo que tienes miedo, ¿verdad?
— No es miedo— dijo Tom. No es eso, al menos. – Todavía no sé de lo que eres capaz de hacer en estos momentos.
— Yo estoy todavía seguro.
Tom se sintió tentado a decirle ¿quieres apostar? Pero tenía la sensación de que Bill diría que sí, así que mejor no lo hizo.
Tom estaba seguro que si no estuviera cerrado y tuviera una oportunidad para escapar, probablemente no la tomaría. Así que Bill ni siquiera lo había intentado la otra vez, cuando la puerta estaba abierta. Era admirable.
Aunque él no sabía qué significaba el hecho de que no lo intentara. ¿Significaba que él pensaba que merecía estar aquí o que sabía que era imposible escapar? Tal vez un poco de ambas cosas.
Era difícil de creer que Bill mereciera eso. No parecía tener la intención de parecer violento, pero la violencia era la única cosa que podía llevar a Tom a pensar por qué tenía dos cerraduras.
— Ah, ya entiendo –dijo Tom finalmente, antes de que el silencio durara mucho tiempo y pudiera perder su -argumento-. – Vas a perforar mi estomago con tus codos huesudos, ¿verdad?
— Tal vez –dijo Bill presionando sus codos contra los costados de Tom, como haciendo la prueba. – ¿Debería empezar?
— ¡Oh, no! Yo sólo te di ideas –Tom suspiró, fingiendo seguirle el juego.
En realidad estaba un poco más que preocupado. No le gustaba como sentía el contacto de Bill. No le gustaban los pequeños choques de electricidad que lo recorrían.
Él no debería estar aquí.
Bill sonrió.
– Deberías— dijo antes de saltar fácilmente de la mesa. – Entonces, ¿me extrañaste? –preguntó. Su voz sonaba lo más inocente que podía y pasó su mano sobre su cabello aún mojado.
Para evitar tener que contestar, Tom le regresó la pregunta al prisionero. – ¿Tú sí?
— Bueno –ladeó la cabeza a la derecha, y se mordió el labio arrugando la frente– ha sido un poco aburrido sin ti, tengo que admitir. Eres entretenido.
— ¿Soy entretenido? –repitió Tom con un resoplido. – La televisión que tienes allí no está por motivos de decoración, ya sabes.
Bill rodeó la mesa y se sentó justo enfrente de Tom. Una de sus manos la posó sobre la mesa, clavando sus uñas en ella.