XXII.- Secretos que son tuyos para siempre

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Sus pasos resonaban en el pasillo vacío mientras caminaba hacia delante. Tenía miedo, su corazón latía como si quisiera escapar de su pecho y su mano se apretaba con fuerza alrededor de su arma. Estaba siguiendo la sangre que se acumulaba en el suelo, que parecía conducir a algo, y tenía miedo de saber a qué.

Las luces en el techo estaban parpadeando y produciendo ruidos como zumbidos, Tom acelero, dando la vuelta en el corredor. Los charcos de sangre eran cada vez más grandes y oscuros.

Se quedo sin aliento cuando vio el cadáver en el suelo y la sangre que emanaba de el, y Tom reconoció al hombre al que le había disparado. Dejo caer el arma al suelo y cayó de rodillas en la sangre.

— Tú lo mataste.

Tom movió rápidamente la cabeza. No podía ver quien había dicho eso, pero venia de la pared, donde se encontraban las sombras. Varios fuertes clicks resonaron en el pasillo cuando el dueño de la voz salio.

— ¿Bill?— susurró Tom. — ¿Qué te paso?

— Tú lo mataste,— dijo de nuevo Bill y una sonrisa maniaca se extendió en sus rasgos, mientras la sangre goteaba de su largo cabello negro. Su ropa era oscura, pero las manchas de sangre eran todavía evidentes. Goteaba por las puntas de sus dedos, bajaba cogiendo a su cien, hasta mezclarse con el maquillaje negro, tiñendo sus mejillas.

— ¿Por qué estás cubierto de sangre?— preguntó Tom confundido, pero hubo otra voz a su izquierda que lo distrajo.

— T-Tom,— gimió la voz. – Tengo mucho miedo.

En la esquina, a su izquierda estaba Bill, otro Bill. Tenía sus brazos alrededor de sus rodillas y sus ojos estaban muy abiertos mientras miraba la sangre.

– Ayúdame,— le susurró con la voz un poco entrecortada y el Bill de las sombras se echo a reír; una oscura y diabólica risa que hizo eco por todo el corredor. – Por favor,— exclamo el que estaba contra la pared, fijando sus ojos suplicantes en Tom. – Tú puedes salvarme.

— ¡Llegaste demasiado tarde!— gritó el ensangrentado entre su risa y Tom negó con la cabeza. – No puedes salvarlo.

— No, no llegue tarde, yo…

Luego hubo otra voz, a su derecha, pero esta era baja y ronca y no era como las otras dos en lo mas mínimo. – Tom,— gimió  y Tom se dio la vuelta con los ojos muy abiertos. — Tom, ven a jugar conmigo.

Este Bill estaba sentado apoyado contra la pared, la cabeza hacia atrás, las piernas abiertas, con su mirada puesta en Tom. – Te necesito tanto,— dijo y se retorció un poco contra la pared con un gemido.

— No puedo,— dijo Tom pero una fuerza invisible lo estaba empujando hacia él.

Detrás de el, el segundo lloró.

— Tom, por favor, ¡ayúdame!

Tom se dio la vuelta una vez mas, desgarrado. El oscuro rió un poco más fuerte, el del gemido se tapaba los oídos, y el otro lloraba como un niño asustado.

— Solo cállense los dos,— dijo el tercer Bill. – Vamos a olvidarnos de ellos, Tom, ¿eh?—dijo toqueteando la cuerda de sus pantalones, tirando para deshacer el nudo. – Sabes que me quieres.

Tom negó con la cabeza, con los ojos muy abiertos. – No puedo…

— Oh, Tom, ¡aquí estas!

Tom se volvió para ver de donde había venido, y era otro Bill, parado en la luz, junto a la ventana. – Me preguntaba cuando vendrías a visitarme.

— Oh, Bill, -suspiro Tom y se puso de pie. – Eres tu.— este era el Bill verdadero, los demás solo eran falsos y Tom estaba feliz de verlo. El cabello de Bill era suave y lacio, alrededor de su cara limpia, casi angelical, y Tom sonrío. Su maquillaje era maquillaje real y su piel parecía radiante. Era absolutamente hermoso. — ¿Dónde estabas?

PRISIONERO 815 (TERMINADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora