XLIX.- Codelincuente

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Tom apretó la frente contra el frío cristal, al mismo tiempo que su mano se acurrucó fuertemente en un puño contra éste. Tenía su otra mano escondida profundamente en el bolsillo de su pantalón por ninguna otra razón más que para evitar que esté temblando visiblemente.

—¿Seguro que quieres ver esto? —le preguntó Georg en voz tan baja mientras colocaba una mano sobre el hombro de Tom, a lo cual éste se encogió fuera de su alcance tan rápido como había llegado hasta ahí.

—No voy a dejarlo morir solo —escupió, luchando por contener las lágrimas cuando sus ojos se encontraron con los de Bill a través del cristal. Bill le sonrió suavemente, como si dijera: —está bien— y eso era tan malo. Era él quien debería estar dándole consuelo a Bill. No dejó que sus ojos se desviaran a cualquiera de los equipos médicos o al monitor de frecuencia cardiaca ni a nada en absoluto, tenía que seguir estando un tanto tranquilo y mirar hacia esas cosas sólo causaba que su pánico fuera peor. Bill estaba atado a una camilla, con las manos y las piernas aseguradas firmemente y había un cinturón gigante alrededor de su cintura que mantenía todo su cuerpo inmóvil. Tenía una vía intravenosa en cada brazo. Tom apretó los dientes tan fuerte como pudo, mirando a otro lado, y se tragó el bulto doloroso que cargaba en la garganta. Sus ojos se posaron en el paramédico, médico o lo que demonios fuera, que estaba en el lado izquierdo de la sala preparando la primera aguja... la que iba a dejar a Bill inconsciente. Tom no podía mirarlo con buena cara así que volvió a encontrarse con los ojos de Bill en su lugar. A diferencia de Tom, Bill no había apartado la mirada de él ni una vez desde que había llegado, sus intensos ojos se habían quedado en Tom todo el tiempo, casi sin pestañear.

El paramédico se acercó y limpió el interior del codo de Bill con una bola de algodón y fue entonces cuando Bill levantó su mano derecha lo más que pudo con las cintas ajustadas sobre él, y Tom posó su mirada en lo que se suponía era una onda.

Adiós.

Tom sintió como si le hubieran dado un puñetazo en pleno estómago. El puño que había presionado contra el cristal se abrió hasta que se hundió contra la superficie fría y se imaginó que estaba uniendo su palma con la de Bill. Por el rabillo del ojo, Tom vio como Georg se apartó para tratar de secar sus ojos. Por encima de todo lo demás, el día había comenzado ridículamente temprano, como un adicional —vete a la mierda—.

Tom había venido aquí a las seis y media de la mañana para una reunión informativa de lo que iba a pasar y luego se había quedado a tomar un café y galletas. Tom había escuchado a la gente (los demás testigos, los de al azar, las personas que sólo se habían ofrecido para el bien de su propia curiosidad), hablar de esto como si no fuera gran cosa, como si fuera sólo otro criminal que se merecía la muerte. Georg y Gustav habían discutido por sus armas y se rieron de cuando una vez Georg olvidó cargar su arma antes de salir en una redada de drogas—. ¿Recordaste mantener la tuya cargada, Tom? —le preguntó Gustav, riendo—. No querrás que te disparen sólo porque eres un cabeza hueca.

Tom, que no estaba de humor para bromas, había estado a punto de tirar golpes durante toda la mañana. Para detenerse a sí mismo de explotar, tuvo que distraerse con las galletas y el café. Y ahora él estaba observando la primera aguja apunto de atravesar la piel de Bill.

—A la mierda con esto —dijo Tom en voz alta y se apartó del vidrio.

Pasó a Georg, Anne, Andreas y a todos los demás, y se dirigió hacia la puerta que conducía a la habitación del otro lado de la ventana.

—¿Qué estás haciendo? —Georg silbó en alarma y lo agarró del brazo cuando pasó junto a él.

—Voy a entrar ahí —respondió Tom, tirando de su brazo fuera del alcance de Georg.

PRISIONERO 815 (TERMINADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora