La mirada de Bill estaba en blanco mientras se sentaba a un lado de Tom en su celda una semana después.
Estaba pálido, todo su color había desaparecido poco a poco de su cara mientras se acercaban al día del juicio. También era más callado, y ese día no había dicho una sola palabra. Fuera de la paranoia, Tom cada pocos minutos le empujaba suavemente el brazo, solo para comprobar que no había escapado otra vez, para ver si reaccionaba.
Tom se estaba preocupando demasiado, Bill aún estaba allí, solo que tratando de recordar lo que tenía que decir y lo que no. Y había un montón de cosas que no podía decir.
— Bill,— dijo Tom de repente y apoyo una mano sobre su espalda. – Son pasadas de las diez.
Tomando un profundo respiro, Bill murmuró, — ¿y?— sin apartar la mirada de la pared frente a ellos.
— ¿Qué quieres decir con "y"?— preguntó Tom. – Comienza a las doce, pronto vendrán a recogerte.
Bill tragó saliva. – No quiero.
Los ojos de Tom se suavizaron. – Lo sé.
Bill sacudió la cabeza. Estaba tan pálido que parecía como si fuera a desmayarse en cualquier momento.
– No, quiero decir, no quiero. No voy a hacerlo. No puedo, no puedo…
— Oye, te estás dando por vencido…
— No,— Bill dijo de repente volteando su rostro hacia Tom. Sus ojos eran salvajes, estaban aterrorizados. –No sabes cómo se siente estar allí, tú no… No puedo hacerlo de nuevo, no quiero hacerlo.— Rompió de nuevo el contacto visual para buscar aire, Tom dejó su mano que subiera y bajara rápidamente sobre su espalda.
— Estás entrando en pánico,— murmuró, después de haber aprendido que era mejor mantener la calma durante los ataques de Bill. Si Tom también entraba en pánico sólo lo haría sentir más inseguro y se desmayaría. – Sólo respira,— continuó. – A través de la nariz, no por la boca.
Bill le dirigió una rápido mirada, una mirada que decía,—¿cómo demonios lo sabes?— De todos modos hizo lo que le dijo, respirando fuertemente por la nariz y exhalando por la boca. Siguió así durante unos momentos hasta que su respiración se regularizaba y el pánico disminuía.
— Ahí lo tienes,— dijo Tom. — ¿Mejor ahora?
Bill tomó unos segundos para contestar, Tom mantuvo la mano sobre su espalda, acariciando lentamente su columna vertebral arriba y abajo.
– Sí, yo…— giró su cabeza para ver a Tom y se detuvo abruptamente, sus ojos de pasaban sobre lo que Tom llevaba puesto como si no lo hubiera notado antes. Probablemente así era, pensó Tom, había estaba en su pequeño caparazón toda la semana pasada. – Oh.
— ¿Qué?— preguntó Tom, un poco tímido. No acostumbraba a usar estas cosas. Bill parpadeó y sacudió la cabeza.
– Yo sólo… Estás usando un traje.
— Pensé que debería. ¿No debí?
Bill tragó saliva y se encogió de hombros. – Supongo.
— Oye,— dijo Tom, levantando el rostro de Bill acomodando sus nudillos en su barbilla. Los ojos angustiados de Bill miraron los suyos con ese pánico que parecía estar presente últimamente todos los días. Tom no podía esperar para que esto terminara y no volver a ver esa mirada en sus ojos nunca más. – Lo harás bien,— le aseguró, si eso ayudaba o no era otra cosa. – Después que todo esto termine, tú no tienes que…— Una punzada de dolor. — …que…ya sabes.