Tom dio un paso atrás de la puerta, sacudiendo la cabeza. No, no, no podía hacer esto. Era demasiado, no podía soportarlo. No quería verlo.
Se dirigió al corredor, sintiéndose mareado y enfermo, como si estuviera a punto de desmayarse o vomitar, o ambos.
Prácticamente corrió por el pasillo, escapando de sus problemas una vez más, pero esta vez se estrelló contra alguien más a mitad de su camino por las escaleras. Juró que era un guardia de seguridad, pestañeó – Oh mierda— dijo, sin ser capaz de detenerse a tiempo. – Oh, yo… yo…— buscaba las palabras que justificaran su fuga, pero no sé le ocurrió nada. No tenía mentiras preparadas y aunque las tuviera, no podía mentir y Anne lo sabía.
Ella no parecía feliz.
— ¿A dónde vas?— le estaba bloqueando el camino en las escaleras, cruzando sus brazos y lanzándole una mirada asesina.
— Yo…no puedo…— intentó — Yo… ¿Qué quieres que haga?— preguntó desesperado. — ¿Qué puedo hacer? Él está…
— Perdido — terminó Anne – Está perdido, puedes intentar traerlo de vuelta.
— Pero… ¿cómo? No sé cómo, yo sólo soy…— Tom nunca se había sentido a gusto con personas mentalmente inestables. El hecho de que era Bill debería hacerlo más fácil, pero al contrario, no lo hacía, era mucho peor. No quería verlo así, estaba mal, no estaba bien.
— A veces es él mismo — dijo Anne — Por una hora o dos, a veces incluso más. Cuando no está catatónico o en su mundo de sueños, entonces puede mantener una conversación constante. Creo que si te ve, o te escucha, entonces salga del caparazón que ha creado. ¿Puedes intentarlo? Si no lo haces por él, hazlo por mí.
Tom estaba acabado. Quería ayudar, en realidad quería, pero… ¿podría? Cerró sus ojos y el rostro de Bill apareció frente a él. Sus ojos negros, su recta nariz, cabello largo y cuidadosa sonrisa. De pronto, pensó en su sueño, el sueño que había tenido hace un tiempo. Pensó en el Bill que había visto, sentado en el piso contra la pared, llorando y temblando, pidiendo ayuda. Ese era el Bill de ahora, pensó, y necesitaba ayuda.
— Lo haré — dijo Tom, mirando sobre su hombro, determinado, incluso antes de que Anne pudiera responder se dio la vuelta y subió corriendo las escaleras.
Sus manos temblaban con locura y su corazón latía con fuerza, pero aun así se las arregló para abrir la puerta. Sentía como si no hubiera estado aquí en años, sentía como si hubieran pasado cinco años desde que puso un pie en esa celda.
– Hola Bill— susurró, mientras cerraba la puerta.
No esperaba ninguna respuesta, pero aún así dolió cuando no la recibió. Tom estaba cerca del momento en que sus lágrimas brotaran de sus ojos, pero no iba a llorar. En su lugar, caminó hacia el prisionero, quien estaba sentado en la misma posición de hace algunos minutos, pero no decía nada. Sólo estaba mirando hacia la nada, su cabello grasoso caía sobre su rostro. Sus ojos parecían muertos.
Tom se sentó en la cama juntó al él con cuidado, sin tocarlo de ninguna manera.— ¿Bill?— susurró. Mirando sus ojos a través de su cabello pero no había nada en ellos. Se aclaró la garganta, con miedo de tocarlo, con miedo de hacer cualquier cosa. – Oye, ¿puedes oírme?— tragó saliva antes de agitar su mano frente a su rostro, para después chasquear los dedos al lado de su oreja.
No había nada, ni siquiera un movimiento en los músculos, ni siquiera un parpadeo. Para Bill, probablemente no había nadie allí. El corazón de Tom se encogió violentamente – Dios mío— respiró, la realidad lo golpeó fuertemente cuando se dio cuenta de lo mal que estaba — ¿Qué te hice?