—¿Lo tienes?
—Sí, sí, lo tengo.
—Déjame ver.
—No aquí, vamos a un lugar más privado.
Julio
Las pesadillas volvieron, arrastrándose lentamente y de manera constante. Bill se despertó por tercera vez esta semana con falta de aire, completamente desorientado por un instante antes de que su cerebro le permitiera reconocer la celda familiar. Entonces supo dónde estaba. Pero aun así, a sabiendas de que estaba despierto y que todo había sido un sueño, le tomó varios minutos antes de que los músculos de su cuerpo se relajaran y le permitieran sentarse y levantarse de la cama. Sabía que no sería capaz de dormir más, no esta noche, así que se acercó a la ventana y la abrió en cuanto a seguridad es permitido (que no era mucho) por un poco de aire. Esperó a que su cabeza se despejara lo suficiente.
Se quedó ahí por un momento tratando de respirar y calmarse, pero no podía detener el temblor bajo su piél. Sus sueños habían cambiado, era dolorosamente consciente de este hecho. A pesar de que todavía eran pesadillas, definitivamente habían cambiado más. Ya no estaba soñando con fantasmas o que su pasado lo atormentaba, de ninguna manera. Lo que estaba soñando ahora lo hizo despertar con algo completamente diferente a la ansiedad. No dejaba de soñar que estaba siendo enterrado vivo. Y si eso no era suficientemente malo, siempre era Tom quien cerraba el ataúd y Bill se vio obligado a mirar sin poder moverse, ni hablar, ni gritar. Él no podía hacer nada para decirle que no estaba muerto, que Tom estaba cometiendo un error y que él no quería ser enterrado vivo.
Los sueños le hicieron sentir claustrofobia, ahora la celda le parecía aún más pequeña. Presionó su frente contra la ventana de barrotes con un suspiro tembloroso y levantó los ojos hacia la luna y esperó a que saliera el sol.
A veces, cuando Tom visitaba a Bill muy tarde en la noche, se quedaban dormidos juntos. No era intencional y no era algo que especialmente a Bill le gustara hacer porque la cama era pequeña y resultaba ser un contacto mucho más íntimo que cómodo, pero de vez en cuando sucumbió al calor y se dejó a la deriva. Tal vez no dejaría que sucediera en absoluto si Tom no tuviera el sueño ligero, eso le permitía dormir el tiempo suficiente para que la gente no se diera cuenta. Por lo general se despertaba de nuevo en menos de media hora y salía de la celda antes de que alguien pasara por delante y lograra verlos así.
No había más que una desventaja al dormir tan juntos que Bill no había tenido en cuenta. No había recapacitado en sus pesadillas cuando se quedó dormido esta noche.
—Bill. Bill. ¡Bill!
Bill se despertó con un grito lanzando por el aire, mirando con ojos abiertos directamente hacia el techo, vagamente consciente de las manos de Tom sobre sus hombros, sacudiéndolo despierto.
—Hey, hey, hey, Cálmate. Respira.
No fue hasta que Tom le habló que se dio cuenta que su corazón latía con fuerza, su piel estaba muy caliente y respiraba con tanta rapidez que se sentía mareado. Era familiar, pero era algo a lo que él nunca podría acostumbrarse.
Él negó con la cabeza y Tom comenzó a apartar el cabello sudoroso de su cara. Fue extrañamente reconfortante. Le gustaban los dedos de Tom en su cabello.
—Sí, tú puedes, —murmuró Tom—. Fue sólo un sueño y estás teniendo un ataque de pánico, sabes que los has tenido antes. Sólo cálmate. Respira lentamente —Tom colocó una mano sobre el pecho de Bill, presionando ligeramente—. Con tu estómago, no tu pecho. Levanta las rodillas. Respira profundo por la nariz.
Tom mantuvo la mano sobre el pecho de Bill y la otra en el estómago, hasta que su respiración se igualó y finalmente lo hizo pasar. Bill deseaba mantenerse ahí—. Eso es —susurró, presionando sus labios brevemente sobre la frente sudorosa de Bill que yacía relajado a su lado—. Ya pasó.