¿Loba?

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Marzo

Narra Ally

Levanté la cabeza visualizando un sendero repleto de flores de distintos colores, tamaños y especies en el cual los rayos del sol caían casi sin piedad y los árboles eran incapaces de impedirlo. Puede que fuera el lugar más hermoso que mis ojos habían podido ver en cien años.

En Londres no se contemplan estas cosas en plena naturaleza, no así. Me puse en pie sin apartar mi mirada de la del lugar. Admirando cada esquina, cada florecilla, cada insecto, como si sintiera que perteneciera a ellos. Era una sensación de plenitud y paz que nunca había sentido. Aún fascinada por el lugar que se escondía en un lugar tan mediocre como lo es Forks, miré a Edward.

Me adentré en él a paso de vampiro y me senté lentamente. Miré de nuevo a Edward, a quien le extrañó mi soltura para dejarme mostrar. Para un vampiro, la piel al sol es su desnudo. Era como algo personal e íntimo ya que estamos acostumbrados a ocultarnos de él.

Algunos porque creen que se harán cenizas. Otros porque intentan pasar desapercibidos. Pero al fin y al cabo siempre hay una buena razón para que un vampiro no se muestre como lo que es.

Acaricié una orquídea violeta en la que se posaba una mariquita con anchos lunares y ésta salió volando.

No le di importancia a que mi piel acababa de dividirse en millones de diamantes, y que cada poro de mi piel brillaba como purpurina. Me importaba más si Edward confiaba en mí ya que seguía parado en la entrada del sendero.

Pero lo hizo. En menos de décimas de segundo se sentó justo enfrente de mí. Su piel también comenzó a brillar. Lo miré sonriendo.

-Eres hermoso.-dije pensando si agarrar su mano.

-Somos monstruos.-dijo él arrepentido de su ser.

-Somos lo que somos.

-Monstruos.

-Los monstruos son malos, y nosostros no lo somos.

-¿No cuentas ser un asesino dentro del concepto de maldad? ¿Y piel que brilla la consideras hermosa?

-Tú no eres un asesino, los asesinos matan por venganza normalmente. Tú eres un ser intentando convivir con lo que es. Y sí, nuestra piel es hermosa, pero no me refería a la piel.

Unos minutos de silencio por nuestra parte, para nada, incómodos reinaron el lugar. La plenitud que sentía no era casi ni normal. Pero todo el buen estado que pudo haber en mi interior se esfumó cuando un terrible dolor de cabeza llamó mi atención. El dolor comenzó a hacerse insoportable y de mi garganta salían sonoros gritos ahogados que a penas podía controlar. Agarré mi cabeza con ambas manos como si eso fuera a hacer algo de verdad. Pero no.

Edward empezó a preocuparse, vi agobio y desesperación en su cara mientras me preguntaba qué me pasaba sin obtener como respuesta más que gritos de tremendo dolor.

Ayúdame. (Edward Cullen) Parte 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora