Capítulo 62

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A mis espaldas escucho voces y corridas. Mis pies avanzan sin respiro y por nada del mundo me detengo o vuelvo la cabeza, sé que a lo lejos están ellos. El pasillo es la oscuridad total, como el que recorrí hace un rato con mi hermano a cuestas. Cuento los pasos antes de darme cuenta de que esto no es la prueba de Tierra (de la que parece que transcurrieron años, ahora es sólo un recuerdo lejano), dejo de contar, me preocupo por avanzar, debo haber sacado una buena ventaja de mis perseguidores porque ya no los escucho.

Después de una eternidad, choco contra otra pared que también resulta ser una puerta, la abro. Me duele la nariz, creo que me la quebré, siento la sangre que brota de ella. Esta habitación está levemente iluminada y esa luz me deja ver atrás mío unos pocos metros del pasillo que acabo de atravesar.

Fuera de esta habitación, a los costados de su entrada, hay otras dos puertas, una de cada lado; dejo la que acabo de atravesar abierta (tiene una mancha de sangre a la altura de mi cabeza, mi nariz debe de estar muy muy mal, pero no siento dolor, estoy muy concentrado con otras preocupaciones) y me meto en una de las otras habitaciones. Cierro la puerta y apoyo mi espalda contra ella, deslizándome hasta sentarme en el suelo.

Las voces y los pasos se acercan, por su escándalo debe haber alrededor de cuarenta personas siguiéndome. Al llegar el grupo al otro lado de la puerta en la que estoy apoyado, escucho que uno de ellos dice: "Miren, entraron al área de trasplantes, están atrapados, sólo tienen cuatro puertas más por cruzar antes de llegar a la habitación de rehabilitación y de ahí no van a poder salir si no es deshaciendo sus pasos. Vamos". Otra voz agrega unos segundos después: "Hay una mancha de sangre en la puerta, alguno debe estar herido".

El bullicio se aleja. Sentado en el suelo contra la puerta, descanso un minuto. En este cuarto no hay luces. Después de un rato, salgo y me meto en el otro, atravesando la puerta que me quedaba por abrir, y una luz tenue se enciende. Es una habitación pequeña, con un escritorio y dos sillas, una biblioteca llena de libros, nunca había visto tantos. En el escritorio hay una placa que dice: "Doctor Carneus, jefe de médicos", debe ser del doctor que me visitó cuando tuve esa convulsión antes de la primera prueba.

Hay un sonido mecánico que llama mi atención, tictac tictac, enfrente de mí. Levanto la vista y lo reconozco, aunque nunca haya visto uno, no puedo creer lo que veo pero está ahí, una nueva prueba de otra mentira que nos dijeron. Un reloj de agujas está colgado sobre la pared, es precioso. Tiene doce números dorados, aunque no los entiendo, están compuestos por las letras I, X, y V. Estos números son I II III IIII V VI VII VIII IX X XI XII. Los toco con los ojos y los examino, sé cómo deben leerse estos relojes aunque nunca haya visto uno. Las agujas son doradas, la más corta está en el XI, la más larga apenas sobrepasa el VI y hay otra mucho más fina que se mueve constantemente, el segundero. Deben ser alrededor de las once y media de la noche, si lo estoy leyendo bien.

¡Qué delicia! El reloj es redondo y encima del XII tiene la cabeza de un tigre (como mi padre, al que no conocí) también dorada. Admiro lo que veo, debo ser el único habitante de alguna de las zonas en haber visto uno de estos. Si no estuviera en la situación en la que estoy me quedaría mirándolo hasta que todas las agujas peguen toda la vuelta. Pero estoy escapando.

Pienso en volver por mi hermano, pero me convenzo de que es lo más peligroso que puedo hacer por mí y sobre todo por él, los escuché decir que nadie iría por la puerta tras la cual él está todavía dormido y, aunque todos me están buscando en otro lugar, cuando se den cuenta de que no entré a la habitación en la que creyeron que entré, van a volver deshaciendo sus pasos, como dijeron que haría yo. Debo seguir.

Mi nariz gotea sangre a intervalos. Abajo del reloj hay otra puerta, la abro y la cruzo. 

Algo parecido a la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora