Cuarenta y cuatro

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Narra Dani.

Acostarme con Alicia había sido la experiencia más alucinante de mi vida. Aún ni siquiera podía creerme que hubiese ocurrido, todavía seguía creyendo que todo era un sueño. Llevaba pensando en esto desde que la había visto por primera vez con el pijama rosa de seda y me había dado cuenta de lo hermosa que era, pero ¿hacerle el amor...? Aún estaba en el cielo. Sentirla bajo mi cuerpo y poder acariciarla a mi antojo me había proporcionado más placer que el que había obtenido en este año de relaciones con mujeres. Ahora ella era mía, mía para siempre porque no pensaba dejarla escapar.

Ahora mismo la tenía dormida entre mis brazos. Mi mente regresó a lo que habíamos estado haciendo y casi la despierto para poder empezar donde acabamos. Había una pequeña lucecita encendida y con el reflejo de la luz pude admirar lo hermosa que era. Era increíblemente guapa, tanto que te dejaba sin aliento. Y que decir de su cuerpo... haber podido tocarla y darle placer habían sido dos de las cosas más provechosas que había hecho en toda mi vida... y cómo había disfrutado.

Entonces escuché que mi teléfono móvil empezaba a vibrar. No quería que Alicia se despertara por lo que quité de la mesilla y dejé que vibrase en silencio. Fuera quien fuese podía esperar...

La abracé con fuerza atrayéndola contra mi costado y ella abrió los ojos un poco adormecida.

-Hola.-saludó en ese tono tan agradable que se había convertido en una adicción para mí.

-¿Te he dicho ya lo increíblemente guapa que eres?-le comenté colocándome encima y disfrutando de que ya estuviese despierta. Había ansiado besarla desde hacía ya por lo menos una hora.

Me devolvió el beso dolo como ella sabía hacer y me abrazó presionándome los hombros.

-¿Te encuentras bien?-le pregunté dudoso, la verdad es que había tenido todo el cuidado del mundo, nunca había tenido tanto miedo de poder hacerle daño a una persona.

-Tengo hambre.-comentó riéndose bajo mis labios.

La observé detenidamente, sus mejillas estaban teñidas de un color rosado, casi febril, aunque era normal teniendo en cuenta que no la había soltado en toda la tarde mientras dormía plácidamente junto a mí.

-Yo también.-convine pasando a besarle la mejilla y la garganta en ese punto que sabía que la volvía loca.

Soltó una carcajada y me cogió del pelo con suavidad para que la mirase.

-Hambre de comida.-puntualizó sonriéndome. ¿Por qué una sonrisa suya podía volverme completamente loco?

-Está bien, vamos a comer.-propuse tirando de ella hacia la ducha.

Nos metimos juntos bajo el agua y nos duchamos.

-¿Qué te apetece?-le pregunté mientras llegábamos y ella se sentaba frente a la isla.

-¿Sabes cocinar?-dijo indulgente y sin dar crédito.

-Claro que sí, ¿qué te creías?-repuse sonriéndole y cogiéndole todo el pelo formando una coleta en mi mano. De aquella forma era fácil tirar de ella hacia atrás y tener camino libre para besarla a mi gusto.

-Me refiero a algo comestible.-puntualizó mientras se reía. Ese sonido era el mejor del mundo; la sintonía perfecta para la tarde perfecta.

-Te haré tortitas, para que no te quejes.-le dije obligándome a soltarla.

-le dije obligándome a soltarla

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