4. Meto cuchillo, saco tripas

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23:30 p.m, llego al nombrado bar en donde los adolescentes se estaban emborrachando y algunos drogándose. Entré y me dirigí a la barra.

-¿Qué te pongo cielo?-preguntó una mujer mayor con exceso de maquillaje detrás de la barra.

-Un whisky cargado-no solía tomar licores tan fuertes, pero en esa ocasión me apetecía uno, la última vez que había tomado un buen whisky fue cuando trabajaba con Zero, ese perro sarnoso, no merecía la pena ni siquiera hablar de él.

La camarera, sin nada más que decir, me puso el vaso con el líquido color caramelo con dos hielos. Comencé a beberlo, no era tan bueno como el de ese desgraciado pero era pasable. Tras un buen rato sin encontrar a la pareja, terminé mi bebida, la pagué y salí del local. Nada más pisar la calle el viento helado golpeó mi cara y no pasó mucho tiempo hasta que encontré a la pareja totalmente borracha caminando por una plaza, creo que no diferenciarían a su madre de un gato.

Me puse mi máscara kabuki, ya que si no habían sido ellos los asesinos, debía proteger mi identidad. Decidí seguirlos hasta encontrar un lugar más tranquilo y no tardaron mucho en llegar a uno de los almacenes abandonados de la zona. Se notaba que iban más calientes que una mona, él seguramente se tiraría a todo lo que se moviese. Decidí acabar cuanto antes, ésta clase de gente irresponsable me sacaba de quicio.

-Vaya vaya, ¿Sabes que por tirarte a una menor podrías ir a la cárcel?-dije divertida, claramente eso no pasaría, ya que al gobierno poco le importa lo que hagan los civiles mientras no atenten contra su poder.

-¿Y tú quien eres?-Rina Walace de 16 años dio el primer paso. Era una chica bajita de figura esbelta, con un pelo rojo como el fuego, grandes ojos azules y piel pálida que se estaba tornando amarilla por los excesos de drogas y alcohol, se le notaba bastante borracha pero consciente.

-¿Quieres unirte preciosa?-Daniel Rodríguez, 18 años, un chico rubio de ojos verdes de buena familia, pero con un padre que le pegaba y su madre muerta por sobredosis, no era de extrañar su comportamiento.

-En verdad he venido a jugar-saqué mi cuchillo-. Mi nombre no importa, solo si contestáis bien a mi pregunta no os haré mucho daño, pero si me mentís, digamos que no acabaréis muy bien.

La borrachera se les había bajado del tirón. La cara de Rina se veía muy asustada, sin embargo, Daniel estaba más tranquilo, de hecho parecía que le excitaba ésta situación.

-¿Q-que quieres?-la chica estaba a punto de llorar.

-¿Qué tuvisteis que ver con el asesinato del anciano y el niño de hace dos semanas?-pregunté sin rodeos, no me gustaba ir por las ramas.

-¿D-de que hablas?-cuestionó la pelirroja.

-JAJAJAJA ¿En serio vienes por un crío y un viejo decrépito?-el chico maltratado estaba riéndose como un maníaco, en parte me recordó a mi, esto sería divertido.

-¿Cómo?-chilló la voz aguda de Rina-. ¿¡Eres un asesino!?

-¡Oh venga ya! ¡Solo eran dos idiotas que no tenían ni vida ni familia, el crío pedía en la calle y el viejo vivía solo!

-Tal vez si tú le dieses lo que necesita no haría esas cosas ¿No es así Daniel?-comenté sabiendo porqué lo hizo.

-¿Qué quieres decir maldita loca?

-Simplemente digo que a tu querido amorcito le excita la sangre más que follarte. ¿O me equivoco?-hice un pequeño corte en mi dedo dejando fluir mi sangre. Sus miradas se quedaron clavadas en el líquido carmesí, la mirada de Rina era de horror puro, pero la de Daniel era de admiración, excitación. Bajé mi mirada a sus pantalones y vi un bulto prominente en ellos, lo que confirmaba mis sospechas.

La hija del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora