11. Ayuda

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En unos 30 minutos llegué a la casa de la señora. La entrada era asquerosa, tenía un patio totalmente descuidado, la vivienda por el exterior estaba totalmente sucia, la puerta carcomida y el cristal de una de las ventanas de arriba roto.

Llamé a la puerta y escuché un frenético movimiento en el interior de la casa, pero nadie abrió. Volví a insistir un par de veces hasta que una mujer con un notable sobrepeso apareció por el marco de la puerta, dejando escapar un olor pestilente del interior de ese supuesto hogar.

—¿Qué coño quieres?—sus dientes estaban amarillos y su atuendo, que consistía en un gran camisón sucio con unas zapatillas, no alegraban la vista.

—Buenos días señora, quería hacerle un par de preguntas—dije intentando evitar hacer una mueca de desagrado.

—¡No quiero nada!—gritó y cerró la puerta de un golpe. Me quedé un momento observando la entrada y no pasó mucho tiempo cuando comencé a escuchar ruido y gritos dentro de la casa.

Decidida, fui por la parte trasera esquivando toda la maleza y la hierba alta, teniendo cuidado de que no me detectasen. Por suerte, había un árbol con las ramas lo suficientemente gruesas como para soportar mi peso y además daba al tejado. Con la agilidad de una ardilla subí por el tronco y me desplacé por las ramas hasta llegar a mi destino.

Entré por la ventana rota y un fuerte olor me golpeó nada más entrar. El cuarto en el que entré solo estaba iluminado por la luz de fuera, había un gran desorden, cosas tiradas por el suelo, muebles rotos y carcomidos etc. El ruido y los gritos que provenían de la planta inferior cesaron, dejando todo en un tétrico silencio.

Salí del cuarto lentamente ya que las maderas crujían a cada paso que daba. Observé a la señora tumbarse en el sofá y darle un último trago a una botella de alcohol que quedó vacía. Esperé unos minutos hasta que me aseguré de que no se movía, seguramente por estar durmiendo o por un coma etílico. Analicé todo a mi alrededor, había cosas amontonadas por todas partes y mirase a donde mirase se veía la suciedad y la mugre inundando todo.

Bajé poco a poco las escaleras, el salón estaba destrozado y la cocina hacía mucho que no se usaba. Me fijé en un sendero de pequeñas manchas de sangre que daban a una puerta, la cual debía de conducir al sótano. Intenté abrir la puerta pero estaba cerrada con llave, además me pareció escuchar un ligero llanto proveniente de detrás de ésta.

—¿Hola?—susurré contra la madera.

—Shhhhh—se escuchó desde dentro. Me dispuse a buscar la llave cuando me agarraron del brazo bruscamente.

—¡Qué haces aquí estúpida perra!—escupió la mujer. ¿Cómo podía ser tan sigilosa estando tan gorda?

Me deshice de su agarre y comencé a correr por la casa, esa asquerosa mujer tendría sobrepeso, pero era rápida. Subí a la planta de arriba y me metí en un cuarto, le tendería una emboscada. Abrí la ventana y me escondí en el armario.

—Sé que entraste aquí putita—se asomó a la ventana, si fuese una mujer más delgada la habría tirado por ella, pero no entraba.

—Arriba las manos ahora mismo—dije saliendo del armario y apuntándole.

—Jejeje, baja eso niñita, podrías hacerte daño—disparé a su pie y soltó un grito de dolor mientras se tiraba al suelo.

—Creo que te haría más daño a ti—dije riendo—. Ahora que nos hemos calmado, quiero preguntarte un par de cosas.

—No responderé nada ante ti—me acerqué y le agarré del pelo.

—Oohh sí, sí lo harás por tu propio bien—le miré directamente a los ojos y me escupió—. No deberías haber hecho eso—susurré tras limpiarme y le golpeé con la culata de mi arma.

La hija del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora