12. Mi Muro

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Las heridas de Terra fueron curadas aunque algunas tenían muy mala pinta.

Tras atender a los menores, un doctor me llevó a una consulta donde desinfectó, cosió y vendó mi pierna.

Al salir fui a ver a los niños, quienes se encontraban comiendo en las camas uno al lado del otro. La situación me provocaba gracia y a la vez algo de rabia.

Comían la comida del hospital como el mayor de los manjares, y pensar que muchos se quejan de ella. ¿Cómo un ser humano puede hacerle ésto a su propia descendencia? Quiero decir... claro que yo soy una asesina a sueldo, pero así como los animales, defiendo a mi familia a muerte.

—Holag segñoriga Egis.

—Terra, primero come y luego hablas, te puedes atragantar—dije con gracia.

—Perdón. Quería agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros. Y el dinero se lo pagaré cuando salga de aquí, lo prometo—levantó el meñique para hacer una promesa.

—No te preocupes, yo ya cobré y a partir de ahora tendréis un hogar en condiciones los dos juntos.

Según me dijo Terra, sus padres murieron en un accidente de tráfico hace dos años y la única familia que tenían era su tía materna. Al principio todo iba bien, ella era amable, tenía un marido bueno y a su hijo, pero todo cambió cuando el marido de la mujer la dejó por una cualquiera y se largó.

A partir de ese punto, Tamara comenzó a beber y a volverse más agresiva y Terra siempre recibió los golpes defendiendo a su pequeño primo.

Tamara García era alcohólica, pero tenía mucho dinero en el banco heredado de su hermana y por suerte, no había gastado demasiado, por lo que yo pude cobrar mis 5.000$ y el resto iría a Terra cuando cumpliese 18 años.

Tras la historia que me contó, salí del cuarto para que siguiesen comiendo tranquilos y me dirigí cojeando un poco hacia la habitación de Joseph. 

—Hola—saludé secamente a Zero.- ¿Qué tal padre?—mi voz cambió a un tono más suave.

—Hola hija, estoy algo mejor. ¿Y tú? Zero me contó lo que hiciste.

—Era mi trabajo, la niña fue quien me había contratado—lancé una mirada de odio hacia Zero.

—No me mires así, tu padre merece saber que has sido una heroína.

—Yo no soy ninguna heroína, tú deberías saberlo más que nadie—me crucé de brazos, me estaba irritando demasiado.

—Tranquila, lo de hoy me ha demostrado que eres perfecta para aquel trabajillo que te comenté.

—Alto ahí, primero déjame asimilar todo e ir a la agencia, hace mucho que no me relaciono socialmente e igual causo una masacre.

—Que exagerada eres—rió Joseph.

—¡Pero es verdad! ¿Y si hay alguien que me moleste? ¿O que hable mal de mi a mis espaldas? ¿O que tal si me pegan? Yo tendré que defenderme—hice un puchero.

—Tranquila Eris, que es la agencia no el instituto—Joseph reía ante mi paranoia social.

—Además, tu sala está tal cual la dejaste—dijo Zero, y rápidamente mi cara se iluminó.

—¿Cuándo dices que nos vamos?—comenté feliz.

Mi maravillosa, preciosa, increíble, fantástica y enorme sala de torturas. Era un sueño hecho realidad, me la regalaron cuando llegué al rango Uno. Es la mejor sala de toda la agencia y solo me mandaban a los peores, era genial, es lo único que echo de menos de la agencia.

La hija del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora