42. Camino suicida

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Escuchar esas simples palabras hizo que algo se rompiese dentro de mi. Todo había sido en vano. ¿Cómo se supone que íbamos a encontrarlos sin ninguna pista de su paradero?

—Lo siento Eris, hemos hecho de que hemos podido—Carter puso una mano en mi hombro.

—¿Cómo puedes decir eso?—mis ojos se aguaron, la rabia fluía por mis venas.

—Eris...—Angie apoyó su mano en mi hombro.

—¡NO ANGELA!—me solté del agarre de mi amiga y me dirigí de nuevo a mi hermano—. ¿Qué pasa? ¿No era acaso también tu hermano?

—Eris no resolveremos nada así—dijo Darien.

—Tú sabías desde un principio en qué te metías—me echó en cara Carter.

—¡Tú eras el que quería que volviese a la agencia!

—¡Pues no hubieras firmado ese puto contrato!

—¡Lo hice por ti y por papá!

—¡No hubieras aceptado el trabajo!

—¡Claro por que yo sabía que me iban a contratar de niñera!

—¡Esto no hubiese pasado si no lo hubieses descuidado por echar un polvo con Darien!—gritó y en ese mismo momento, le di un bofetón ya con las lágrimas saliendo de mis ojos.

Me giré y entré a la iglesia para estar completamente sola, caminando entre los cadáveres de algunos invitados que no salieron a tiempo antes del tiroteo. Todo estaba en silencio, no se escuchaba nada, solo mis pisadas haciendo eco. Hice a un lado el cadáver de una mujer que estaba en un banco con un tiro en la cabeza y me senté a su lado. Las lágrimas habían parado de salir de mis ojos, mi mirada estaba perdida y en ese momento un brillo al lado de la novia muerta llamó mi atención.

Me levanté y fui hacia Julia, me agaché y cogí el aparato, era un móvil. Lo encendí y para mi mala suerte estaba con contraseña, pero Markus hacía algunos años que me había enseñado a hackear cosas tan sencillas como las contraseñas, en un par de minutos ya tenía el móvil desbloqueado, accedí a sus contactos y busqué uno de los últimos números a los que había llamado. Ví que la última llamada había sido hecha hace unas horas a una tal "Laura", así que marqué y esperé a que contestara alguien. Primer pitido... segundo pitido...

—¿Hola? ¿Julia?—una voz de mujer emergió del teléfono—. Habíamos quedado en no vernos más, como Alastaor se entere nos mata.

—Laura, necesito que nos veamos por favor—imité la voz de Julia.

—Está bien, te mandaré la dirección por correo—colgué la llamada y al momento me llegó un correo con una dirección adjuntada. Quedaba a casi dos horas en coche de aquí, y entonces recordé una Harley Davidson aparcada detrás de la iglesia que debía de pertenecer a uno de los cadáveres.

Busqué por todos los bolsillos y finalmente encontré las llaves en el bolsillo de un joven negro que, según supe por su carnet de identidad, se llamaba Derick, 19 años. Dejé el cadáver, salí por la puerta de detrás, monté en la moto y me largué de ahí sin siquiera avisar a nadie. Tras un buen rato conduciendo llegué al sitio acordado, no había nadie por lo que saqué un cigarrillo y comencé a fumar, revisé mis armas que eran mi katana, dos cuchillos y una glock calibre 22 con 15 balas.

Aún no había terminado mi cigarrillo cuando escuché unos tacones que llevaban el paso apurado. Me escondí entre las sombras, divisé a una chica de cabello rubio rizo y unos ojos azules claros y cuando estaba justo a mi lado salí, le tapé la boca y puse la pistola en su espalda.

La hija del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora