44. Principio del fin

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El cuerpo muerto de Hera cayó al suelo con un agujero de bala en su frente. Rápidamente corrí hacia Zero, quien estaba tendido en el suelo con un disparo en su estómago, aunque todavía vivo.

—¡Zero! No, tú también no por favor.

—Eris querida... debes encontrar a Niccolo.

—No, no te dejaré aquí.

—No te preocupes por mí, ya viví mucho...

—P-pero...—mis lágrimas caían sobre su ropa manchada de sangre.

—No hay peros que valgan, termina tu misión de cuidar al pequeño...es una orden...

—Siento haberte echado la culpa por la muerte de Aria todos estos años—me disculpé.

—Tranquila...no es tu culpa...pero sí puedes hacer feliz a este viejo diablo una última vez...

—Haré lo que me pidas—mis ojos negros conectaron con los suyos azules.

—Hazte cargo de todos, cuídalos...dejo en tus manos todo mi pasado mortal...y vive...vive por ambos...

—Gracias por todo lo que has hecho por mi.

Con un última sonrisa,sus ojos se cerraron y dejaron escapar una última lagrima.

Dejé su cuerpo inerte en el suelo y me levanté, miré a todos los agentes que estaban observándome fijamente, algunos con lágrimas, otros tristes, otros sin ninguna expresión en su rostro.

—Vamos a por Niccolo—finalicé. Todos asintieron y bajaron conmigo aún en guardia por si quedaba algún enemigo vivo.

Bajamos las escaleras que conducían a la habitación donde había dejado a Bill con Niccolo, pero me alteré al ver que la puerta estaba forzada. Hice una señal a mis agentes para que me cubriesen. Abrí lentamente la puerta, el interior estaba completamente oscuro, pero se vislumbraban manchas de sangre con la luz que provenía del exterior del pasillo. Con cautela entré seguida de Darien, Aldayr, Ares, Luna y Pilot y encendí la luz con el único deseo de que esa sangre no fuese de Niccolo.

Finalmente, cuando se prendió la bombilla no podía dar crédito a la imagen que se encontraba ante mis ojos. La habitación que alguna vez fue de un niño estaba llena de sangre, en las paredes, en el techo, en el suelo y en el medio de la habitación, cuerpos de partidarios de Alastro estaban esparcidos por el suelo, pero me llamó la atención el cuerpo de un hombre adulto tirado sobre un gran charco de sangre. Me acerqué lentamente y vi a Bill, su cara estaba llena de cortes, moratones y varias heridas de arma blanca atravesaban su cuerpo, sin duda lo torturaron durante bastante tiempo, probablemente ahogando sus gritos con el calor de la batalla que se libraba arriba.

—Eris...—dijo con dificultad.

—Aquí estoy—dije agarrando su mano con delicadeza.

—Lo he intentado...

—Lo sé Bill.

—Lo defendí...con mi propia vida...

—Lo sé, de verdad que lo sé—reprimí las lágrimas que se arremolinaban en mis ojos.

—Lo intenté....—y con esas palabras su alma se escapó de su cuerpo mortal, dejando sus ojos vacíos sin vida.

Cerré sus parpados, pero cuando me iba a poner en pié, observé unas gotas de sangre que creaban un camino hacia una puerta camuflada en una de las paredes de la habitación, hice una señal para que los que entraron conmigo me siguiesen y el resto se quedase vigilando.

Atravesamos un gran pasillo de piedra iluminado por unas pocas bombillas, hasta que al final llegamos a otra puerta, que, al abrirla, dio a una gran sala. Pero tan pronto como entramos, la puerta se cerró dando un gran golpe y varios hombres nos apuntaron haciéndonos tirar nuestras armas.

La hija del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora