35. Mar de edificios

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El beso que en un principio comenzó dulce, se volvió apasionado. Cada uno deseábamos los labios del otro con desesperación, Darien agarró mi trasero y me sentó en la mesa de la cocina sin apartar su boca de la mía.

Cada vez el beso subía más de tono, sus manos comenzaron a viajar por debajo de mi camiseta. Pero unas sirenas de policía nos hicieron separarnos rápidamente, para mirarnos en seguida, diciéndonos que debíamos salir de ahí cuanto antes.

Miramos disimuladamente por la ventana, una patrulla estaba aparcando delante de la casa, por lo que decidimos cerciorarnos de que no había nadie en la puerta de atrás y salimos de ahí, no sin antes asegurarnos de que no habíamos dejado ningún rastro.

El camino de vuelta fue totalmente silencioso, ninguno decíamos nada, y nuestras miradas estaban clavadas en la acera gris y monótona. Al llegar eran las 20:32 p.m, pasamos por la agencia para recoger a Nico y así irnos a casa los tres.

—Zero me dijo que Niccolo se quedó con Ares para practicar las armas de fuego—informó.

—Ya voy yo—él solo asintió.

Subí hasta llegar a la planta 9 y me paré frente a la puerta 333, pensando en si debía llamar o no. Nunca necesite llamar para entrar a los sitios, por lo que no tarde mucho en convencerme y finalmente abrí la puerta de golpe para encontrarme con Ares de pie tras su escritorio y Niccolo en una silla balanceando sus pies.

—Nicco, nos vamos—el pequeño sonrió, saltó de la silla y agarró mi mano.

—Adiós Ares—se despidió Niccolo con su mano.

—Adiós enano, chao Eris.

—Adiós Ares—justo antes de salir por la puerta me giré hacia él—. Oye, ¿Te has pasado toda la tarde de pie?

—No quiero sentarme, no estoy cansado—se cruzo de brazos y se puso tenso.

—¿No quieres o no puedes?—sonreí con malicia.

—Ojalá pudiese—susurró por lo bajo.

—Nos vemos—salí de ahí con Niccolo—. ¿Qué tal con Siete?—le pregunté.

—Bien—dió un pequeño bostezo—. Pero prefiero al tío Carter—sus ojitos se cerraban poco a poco.

—Ven aquí—cogí al pequeño en brazos y salí de la agencia.

Justo a la entrada estaba esperándonos Darien fumando, al vernos salir tiró la colilla y nos dirigimos los tres a casa. Niccolo fue directo a su cama, mientras que Darien y yo nos quedamos en el sofá viendo un poco la tele.

—Eris...—llamó mi atención—. Sobre lo de hoy, estaba cegado por la sangre, es decir, hacía mucho que no torturaba y con la emoción...

—No tienes que darme explicaciones Darien—volví mi vista al televisor—. Solo pasó, déjalo así.

Ninguno volvió a decir nada en lo que quedó de noche, ambos fuimos a la cama y nos dormimos como siempre, aunque yo no pude conciliar demasiado el sueño, no dejaba de darle vueltas a cómo había cambiado mi vida desde que volví a la agencia. Si hace un año me hubiesen dicho que tendría que cuidar a un niño al que le cogería cariño y tendría un compañero, me hubiese reído en su cara.

A la mañana siguiente los tres somnolientos nos dirigimos a la agencia, yo no tenía ganas de hacer nada. Me puse la ropa de deporte y coloqué las vendas en mis manos, los nudillos ya los tenía curados, por lo que podría pelear sin problema. Fui hasta la planta 2, entré al gimnasio y vi quienes estaban.

La hija del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora