24. Carmesí

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Tras casi una hora andando, siguiendo el punto que nos mostraba hacia donde se dirigía Mikaela, llegamos al muelle y extremamos la precaución, no nos convenía ser detectados.

La vimos de lejos hablar con dos hombres armados que hacían guardia en la nave del muelle. Una vez ella entró nos acercamos poco a poco desde atrás y cortamos la garganta de ambos hombres para que no hiciesen ruido.

Entramos y todo estaba oscuro, pero la luz de la luna iluminaba parte de la instalación que, a primera vista, parecía una nave abandonada, hasta que mi vista de dirigió a una trampilla en el suelo.

Avisé a Ares, yo entraría primero y él me cubriría. Bajamos lentamente hasta llegar a un pasillo largo que daba a una primera planta bastante amplia. Entramos con discreción a una habitación donde se encontraban ocho hombres al rededor de una mesa jugando a las cartas, estaban tan concentrados que no habían notado nuestra presencia.

—Madre mía que nivel de seguridad—dije haciendo burla, para que los hombres se enterasen de nuestra presencia.

Todos se levantaron rápidamente para alcanzar sus armas, pero antes de que pudieran hacer nada yo arrojé mis cuchillos dándole a tres en la cabeza, Ares se encargó de dos con sus cuchillos y finalmente estrené mi katana rebanando la cabeza de uno y atravesando a dos a la vez por el estómago.

—Hay dos plantas— Ares señaló unas escaleras.

Seguimos descendiendo poco a poco sin hacer ruido, hasta ahora no habíamos sido detectados, pero no podíamos bajar la guardia. Al llegar abajo escuchamos gritos salir de una de las salas, nos acercamos a la puerta cerrada e intentamos escuchar las palabras provenientes del interior.

—¡Serás idiota!—exclamó la voz de un varón—. ¡Nos estás poniendo en peligro a todos!—estaba muy cabreado.

—Lo siento—sollozó una voz femenina—. No sabía a donde ir, estaba asustada-un golpe seco se escuchó en el interior y algo cayó al suelo.

—¡Me da igual que te torturasen! ¡Aquí morimos sin decir nada!—otro golpe seco y unos pasos apurados se escucharon bajando las escaleras. Agarré a Ares y ambos nos escondimos en un cuarto pequeño y muy sucio.

—¡Señor!—la voz de un hombre se proyectó en el piso—. Los guardias están muertos y los que estaban en la primera planta también. Se hizo el silencio hasta que el grito de una mujer lo rompió.

—¡¿Ves lo que has hecho perra!?—la misma voz de hombre volvió a sonar. Ares y yo nos miramos, debíamos salir, ya no contábamos con el factor sorpresa.

—Buenas noches caballeros-me presenté en medio de la sala provocando que todos se colocasen en posición de ataque—. Hola Mikaela—sonreí a la mujer quien, estaba sostenida por el pelo.

—Ricardo, no se debe tratar así a una una bella dama—reí ante las palabras de Ares.

—Eris, cuanto tiempo-sonrió cínicamente—. Veo que tienes un nuevo compañero—miró a Ares quien se posicionaba detrás de mi.

—Y veo que tú tienes nuevos hombres, pero igual de inútiles—su sonrisa desapareció y mis labios se curvaron hacia arriba.

—Eres una perra muy molesta ¡Matadles!—ordenó y sus hombres como perros falderos corrieron hacia nosotros.

Eran unos 20 hombres armados, la mayoría con armas blancas y algunos con pistolas. Ares cogió su Carabina M4 y yo mi 9mm, comenzamos a disparar, primero a quienes tenían armas de fuego y luego a los que llevaban armas blancas.

Cuando se acabaron las balas de mi pistola, cogí mis cuchillos y comencé a pelear cuerpo a cuerpo, a muchos les mataba con una cuchillada en el cuello, haciendo que la sangre brotase, pero algunos eran mejores y, en ocasiones, llegaban a hacerme cortes en los brazos y torso, rompiendo así mi ropa.

La hija del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora