31. Bosque

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Me levanté sobresaltada otra vez, por las malditas pesadillas. Miré a Darien quien aún dormía profundamente. Eran las 6:30 a.m, el sol aún no había salido, pero me levanté igual.

Fui lentamente hasta la cocina y me hice un café, cogí un pequeño papelito en el que escribí una nota a mi compañero y lo puse en la nevera. "Hoy llegaré tarde a la agencia, cuida del niño." Mandé un mensaje con el mismo texto a Zero y apagué el móvil.

Mi cabeza dolía como los mil demonios, hoy no estaba de humor para ir a trabajar, por lo que cogí mi katana y un par de cuchillos, para acto seguido salir de la casa en dirección al bosque. Era un paraje lleno de árboles a una hora caminando desde mi casa, así que me puse en marcha.

Al llegar me acerqué a la entrada, ignorando los carteles de peligro. Era un bosque grande y había animales salvajes, no osos ni pumas, pero sí lobos, y muy agresivos, ya habían atacado a campistas con antelación, además, por su gran extensión y espesura mucha gente acababa perdida y tenían suerte si encontraban su cadáver.

Caminé y caminé hasta las profundidades del bosque sumida en mis pensamientos. No solía perderme, pero por si acaso, iba haciendo pequeñas marcas casi imperceptibles en los arboles con mi cuchillo, hasta que al fin llegué a mi lugar de tranquilidad. Entre los árboles se hizo presente un pequeño claro con un lago dentro, el cual era llenado por una pequeña cascada.

Dejé mis armas y me desnudé completamente para luego introducir por completo mi cuerpo en el agua helada, la cual hizo que mi piel se erizase al inmediato contacto con ésta.

Nadé durante un rato, en las profundidades del lago sumergida en la total calma y serenidad de este sito. El único problema de la agencia era que no había piscinas, y a mi me encantaba nadar, claro también tengo la playa, pero está muy lejos y no es lo mismo.

Las imágenes de ese accidente pasaron de repente por mi cabeza, Alastor con una sonrisa, su cuchillo clavado en mi vientre, mi vista nublada por las lágrimas. Subí lo más rápido que pude a la superficie sintiendo que me ahogaba en mis pensamientos. En cuanto asomé la cabeza oí dos voces masculinas.

—Ey Max, mira lo que hay por aquí—me escondí detrás de unas rocas al lado de la cascada. Dos hombres bastante musculosos aparentemente borrachos o drogados estaban revolviendo mi ropa y mis armas.

—Vamos princesita, sabemos que estás aquí—gritó el tal Max con cara pervertida. Era rubio, con los ojos marrones y piel morena. Su compañero era parecido a él, debían ser hermanos.

Intenté buscar la salida más próxima, pero ese tío miraba en cada milímetro del agua y su compañero no quitaba la vista de mis cosas y del bosque, además, me era imposible salir sin causar una sola onda en el agua.

Vamos Eris piensa, haz ver porqué eres Uno. Enfrentarlos de cara no era una posibilidad, yo estaba desarmada y ambos tíos eran el doble de grandes que yo, podría ganarles en velocidad y agilidad, pero en fuerza ellos tenían ventaja y sin armas a penas podría defenderme.

Salí lo más lentamente que pude de mi escondite, esperando que ese idiota confundiese las ondas generadas con un pez. Me dirigí hasta un árbol donde iba a trepar y esperar a que se fuesen, pero unas manos enormes me taparon la boca y cogieron mis brazos inmovilizándome, levantándome del suelo.

—¡Chicos, mirad lo que he encontrado!—llamó la atención de los otros dos, quienes en cuanto me vieron cambiaron su rostro a una cara de pura perversión. El que me tenía agarrada empezó a pasar su mano asquerosa por mi cuerpo despreocupándose unos instantes, momento que aproveché la cercanía de un árbol para apoyar mis pies libres y hacer fuerza, logrando desestabilizarle y darle un golpe en la nariz con mi cabeza haciendo que me soltase.

—Ven aquí muñequita, no te haremos daño—dijo uno de ellos.

—Si, claro y yo soy Batman no te jode—contesté con burla.

El tío de atrás se levantó aturdido y agarrándose la nariz de la cual brotaba la sangre, el olor de esta embriagó mis fosas nasales, activando todos mis sentidos. En mi boca se posó una sonrisa macabra la cual parecieron notar, pero no le dieron importancia.

El primer hombre se lanzó hacia mi, lo esquivé saltando por encima de él utilizando su hombro como apoyo y quedando a centímetros de mis armas, pero el otro me agarró del pié estampandome contra el suelo.

—¡En la cara no! La necesito para trabajar—el hermano de Max se quedó confuso y aproveché para darle un puñetazo en la cara, soltándome de su agarre—. Era broma—saqué mi lengua de forma burlesca.

Al fin llegué hasta mi hermosa katana nueva y la desenfundé, me puse en posición de ataque viendo a los tres hombres que tenía justo en frente.

—Ahora que lo pienso, yo podría trabajar con mi cara, pero si vosotros os metieseis a putos, moriríais de hambre—comencé a reír de forma frenética.

—¡Lucas!—el hermano de Max se lanzó hacia mi desde mi esquina derecha mientras que Max avanzaba por la izquierda. De frente venia el otro tío, un estúpido obeso que no se ni como se podía mover por si mismo.

Los dos hermanos atacaron a la vez, incrusté mi katana en el estómago de Max y salté ágilmente detrás de Lucas para acto seguido cortar su talón de aquiles, haciendo que cayese de rodillas. El gordo, que vio como la escena pasaba en un abrir y cerrar de ojos intentó huir, por lo que cogí uno de mis cuchillos y lo lancé, incrustándoselo en la espalda, probablemente en una de las vértebras, inmovilizandolo al instante.

—Ese no se mueve más... Literalmente.—reí y me dirigí hacia donde estaba Max desangrándose.

—H-hija de p-puta—sus vísceras se salían por la herida abierta de su estómago mientras él intentaba inútilmente devolverlas a su interior.

—No cariño, Hija del Caos—sonreí y me posicioné sobre él introduciendo mis manos en sus entrañas cerrando los ojos, mientras él gritaba de agonía hasta que murió unos minutos después por la gran pérdida de sangre.

Una vez comprobado que su corazón no latía vi como el que se suponía que se llamaba Lucas intentaba escapar a rastras, fui hacia él y me senté a horcajadas encima suyo.

—¿De verdad te vas ya?—hice un puchero.

—¡Maldito demonio!—gritó con pánico en su rostro.

—Y a mucha honra—alcé mi pecho en señal de orgullo burlándome de sus palabras.

Cogí uno de mis cuchillos y lo pasé lentamente por su brazo verticalmente.

—¿Sabes? Hay personas que se cortan para acabar con su sufrimiento y otras para sacar su dolor, no creo que sea lo más efectivo pero no soy quien para juzgarlos—dije pensativa mirando como intentaba taparse la herida con su otra mano—. ¡Basta ya!—clavé el cuchillo en su mano libre mientras chillaba—. Bueno, el caso es...—en ese momento escuché un ruido proveniente de los arboles, un gruñido se hizo presente, seguido de un aullido que me alertó.

Cogí mis pertenencias y escalé a un árbol lo más rápido que pude, justo en el instante en el que una manada de lobos salía de entre los arboles.

Los gritos desgarradores de los dos hombres que aún seguían con vida, suplicando por esta, se escuchaban por todo el bosque, junto al sonido de los pájaros huyendo del lugar y la carne siendo arrancada de sus cuerpos. Mi sonrisa era plena, aquella escena era brutal, increíble, maravillosa, exquisita, majestuosa.

Me quedé un buen rato ahí arriba hasta que los animales se dieron por satisfechos con el banquete y se largaron, momento en que aproveché para bajar, darme un baño para desprenderme de la sangre que cubría mi cuerpo y vestirme.

Según la posición del sol serían las 12:15 p.m más o menos, por lo que decidí que era hora de ir hacia la agencia, casi se me olvida el primer entrenamiento de Nicco. Encendí un cigarrillo y mis pies pusieron rumbo al trabajo.

La hija del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora