Capítulo XIII.

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   Cuando llegamos a casa, lo tomé del antebrazo con toda la brusquedad posible e hice que subiera las escaleras. Estaba lleno de pánico, temblaba y lloraba, mientras que yo sólo me molestaba aún más; no podía concebir el hecho de que gimiera otro nombre que no fuese el apodo que le exigí.

   —¡Te vas a quedar ahí y me explicas qué demonios fue eso! —atiné, aventándolo a mi recámara y cerrando la puerta a mi paso—. ¡Contesta!

   Paul yacía en el suelo, mirándome con expresión de horror y un toque de tristeza. Su rostro estaba húmedo debido a la cantidad de lágrimas que había llorado en el trayecto.

   —Yo... yo... yo lo siento —masculló, para luego romper en llanto—. Es que no lo pude evitar, yo... yo solo pienso en él y...

   Interrumpí su frase con una enorme bofetada en su mejilla derecha, la cual se tornó de un color rosa y la comisura de sus labios, en esa parte, comenzó a sangrar. Por suerte fue muy poco.

   —¿¡Quién es él!? —exclamé, colocándome en cuclillas y tomándolo por los hombros para que me fijara la vista—. ¿¡Quién es él!? —volví a preguntar.

   —Él único que lograba entenderme...

   —¿¡Eran algo acaso!?

   Él negó con la cabeza y agachó la cabeza.

   —¿¡Entonces!? —espeté—. ¡Explícate bien!

   —Yo... yo estaba enamorado de él, pero jamás le dije nada porque sabía que no le gustaba yo y por eso lo callé durante años... perdón —me miró con ojitos tristes—, no quería incomodarlo.

   —¿¡Incomodarme!? —lo solté bruscamente y me levanté—. ¡No me incomodaste, me molestaste y eso es peor! ¿¡Siempre piensas en él cuando mantengo relaciones contigo!?

   —No, no —negó con la cabeza—. Juro que solo fue esta vez porque lo recordé... él... él solía trabajar en un bar también, por eso fue que... que vino a mi mente en el peor momento.

   —Desvístete.

   —¡No, por favor, otra vez no! —suplicó, colocándose de rodillas y yendo hacía mí. Sabía que era porque estaba débil, más no por ponerle el toque sexual al asunto—. Perdóneme daddy, por favor.

   Al verlo a mis pies, me coloqué de cuclillas, tomé su cuello con mi mano, apretándolo un poco e hice que su rostro se acercara al mío. Miré sus ojos: estaban rojos, hinchados y sus pestañas húmedas; un rubor estaba presente en sus pómulos y en la punta de su nariz; y sus labios estaban hinchados.

   —Una cosa así no la puedo perdonar tan fácil, bebé. Pero para que veas que soy bueno contigo, vamos a jugar.

   —¿Jugar? —me miró con el ceño fruncido y tragó en seco.

   —Sí —asentí y me levanté, para luego encaminarme hasta el armario—. ¿Por qué mejor no te pones cómodo? Siéntate en la alfombra.

   Me coloqué en puntillas, estiré mi mano la pasé por uno de las hendijas del lugar. Logré palpar una pequeña bolsita plástica que contenía dos dados. Era uno de los juegos eróticos que más me gustaba y que había comprado para él.

   Cuando me acerqué a él, pude notar que ya no estaba llorando y que la idea de 'jugar' lo había calmado, por lo que pude deducir que no sabía de qué se trataba el juego.

   —Bien, te explico —dije, sentándome frente a él, justo al lado de la cama—. Hay dos dados: uno con partes del cuerpo y otro con órdenes; tendrás que lanzar los dos y hacer lo que salga. En cada ronda, deberás quitarte una prenda de ropa. ¿Entiendes?

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora