Capítulo XLIX.

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   Había pasado tres meses y me sorprendí al darme cuenta que todo iba marchando más bien de lo que esperábamos. Todo estaba listo para nuestra boda, incluso la fecha. Los nervios salían a flor de piel y las ganas que teníamos que llegara ese día era mucha.

   Las invitaciones ya se habían repartido, las cosas ya las teníamos compradas y sólo faltaba una cosa: ordenar y "decorar" todo. Insistí a Paul para contratar a una agencia para que hiciera eso, pero él quería hacerlo; dijo que sería más bonito —y especial— si lo hacíamos entre los dos.

   Compramos casi que una tonelada de tulipanes y mucha comida, que de seguro se lo comería George. Porque él decía que iba a las reuniones con un solo fin: la comida.

   Kitty sí estaba embarazada y tuvo cuatro gatitos: tres hembras y un macho. En todos predominaba el pelaje blanco y los ojos azules, excepto Zeus, que era negro con las patas blancas y la heteocromía. Perla tenía una mancha en la carita, mientras que Cleo la tenía en la punta de las orejas, y Atenea no tenía ninguna. Era una mezcla extraña, pero muy linda.

   —Creo que debemos irnos —dijo Paul, dejando a Zeus en el suelo—. Hay organizar todo allá abajo.

   Paul estaba envuelto en prendas deportivas, así como yo, sólo que las mías eran negras, mientras que las de él grises. Nos habíamos levantado muy de mañana para planear todo.

   —¿Aquí abajo? —agarré mi entrepierna y él se rió.

   —Eres un tonto —sostuvo a Perla entre sus manos y sonrió al ver cómo la pulgosa jugaba con sus patitas—. Son demasiado lindos, John.

   —Y un desastre. Gracias al cielo están aquí encerrados con un montón de juguetes. Aunque no sé para qué gastamos tanto dinero, si se conforman con un rollo de hilo.

   Atenea se acercó a mí en medio de saltitos y comenzó a tocar las trenzas de mis zapatos con sus patitas. A los pocos segundos, Cleo se unió, y detrás de ella, Zeus.

   —Creo que te quieren —murmuró Paul, dejando a Perla en el suelo.

   —Yo no los quiero...

   —¡John, no seas malo!

   —... porque todo mi amor va para ti, mi amorcito.

   Él rodó los ojos y dejó escapar una pequeña sonrisa.

   —Stuart debe estar en el jardín. ¿Por qué no bajamos?

   —Bueno, deja a los pulgosos ahí y enciérralos... no quiero que estén por ahí fastidiando.

   —Que malo eres John. Son cómo nuestros hijos.

   —¿¡Qué dices!? —reí a carcajadas—. ¿¡Hijos!? ¿¡Hijos gatos!? ¡Estás loco!

   —John...

   —Sí, si quieres ellos pueden llevar los anillos.

   —¡John! Estoy lo suficientemente nervioso como para estar con tus cosas. Vamos.

   En medio de una risita lo abracé, tomé su carita entre mis manos y me apresuré a besarle los labios con ternura, al tiempo que sentía sus manos enredarse en mi cabellera castaña.

   Dejamos a los gatos en la habitación, nos aseguramos que estuviese cerrada y luego fuimos por el pasillo hasta las escaleras, la cuales bajamos con rapidez. Al llegar al patio trasero, donde estaba el jardín y la piscina —que estaba justo al frente del patio techado—, vimos la silueta de Stuart detenido en medio del lugar. Llevaba prendas cómodas porque él nos dijo que nos ayudaría.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora