Capítulo XLVII.

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   —¡John! ¡John! ¡Ven aquí! ¡Rápido! ¡Rápido!

   Me desperté sobre saltado al escuchar el grito exasperado de Paul. Logré quitarme la cobija con rapidez y salí de la habitación a paso apresurado. Provenía del otro pasillo, así que encaminé mis piernas hasta allá, y luego a la recámara de gatitos. Algo le había pasado a los pulgosos.

   Al llegar, aprecié la figura de Paul envuelta en el albornoz azul, su cabello mojado y mirando a Kitty, que yacía acostada en su cama rosa.

   —¿Qué pasó? —pregunté, tratando de calmar mi respiración: fue casi imposible.

   —¡Ella! —señaló a la gata, al tiempo que Tim se restregaba en mis piernas—. ¡Ella!

   —Ajá, sí, ya sé... ¿¡qué le sucede!?

   —Está acostada.

   —Ajá...

   —¡Está acostada!

   —¡Sí, Paul, ya lo sé! ¿¡Y!?

   —¡Y está aislada! Le puse comida, la olió y volvió a acostarse; nunca es así... siempre come desesperada.

   —Bueno, está enferma... la tendremos que llevar al veteri...

   —¡No, John! ¡Creo que está embarazada! ¡Kitty va a tener gatitos!

   Al terminar de decir eso, se abalanzó sobre mí, por lo que tuve que sostener su cintura con mis manos. Sonrió alegre y comenzó a besarme los labios con rapidez, mientras mis piernas tambaleaban, tratando de buscar equilibrio.

   —¿¡Te imaginas que sí lo esté!?

   —¿Me llamaste para esto? ¿En serio, Paul? ¿Me llamaste para ver a una pulgosa dormida?

   —No es una pulgosa dormida —se bajó y me sonrió con entusiasmo—. Yo creo que sí está embarazada. He leído sobre los comportamientos de las gatas cuando lo están. ¿¡Sabes qué significa eso!?

   —No.

   —¡Qué nos podemos casar en dos meses!

   —Eso ya lo sé.

   —John, no seas malo.

   —No estoy siendo malo, estoy siendo John.

   Él me miró molesto, se dio la vuelta y fue a buscar a Tim, para cargarlo y darle muchos besitos. Me apresuré a ir hasta detrás de él, lo abracé y besé su cuello repetidas veces, sacándole una risita.

   —¿Cuántos crees que tenga?

   —No sé, John. Tal vez cuatro o cinco. No serán muchos.

   —Es que si son más me vuelvo loco —aseguré.

   —Ya lo estás.

   —Todos en su sano juicio por ti, Paul.

   Se dio la vuelta —con el pulgoso en manos— y me sonrió. Acercó su rostro al mío y besó mis labios con ternura.

   —¿Qué haremos hoy? Quiero ir a lo de las tarjetas.

   Bufé.

   —El mensajito p...

   —¡No! —bramó—. Yo quiero las tarjetas.

   —¿Y después? —le lancé una mirada pícara.

   —Después nada. Podemos ir al veterinario por el control de Kitty.

   —¡No voy a perder mi tiempo en una gata!

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora