Capítulo XLIII.

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   Los rayos del sol se esculleron por las persianas, haciendo que uno de ellos me diera directo al rostro. La noche la pasé pésima, gracias a las cogidas de los pulgosos. Fue horrible.

   Paul yacía a mi lado, boca abajo y descubierto. Su pierna derecha estaba más elevada, por lo que la tela del bóxer apegó más a la piel, logrando que su trasero se viera perfecto. Me acerqué a él, deslicé mi dedo índice por su espalda y besé su cuello con dulzura, logrando que se moviera un poco y que musitara algo.

   —Cosita preciosa.

   Estiré mis extremidades superiores, luego de levantarme, y miré el reloj: eran las ocho de la mañana. Ya me estaba acostumbrando a despertar temprano los fines de semana y eso era algo raro en mí.

   Fui hasta el baño, me detuve frente al lavamanos; abrí el grifo, lavé mi rostro y me dispuse a cepillar mis dientes. Después me quité el bóxer y entré al cancel; abrí la ducha, dejando que pequeñas gotas de agua fresca humedecieran mi cuerpo. Después agarré el bote de champú, lo esparcí en mis manos y las pasé por mi cabello, dando un pequeño masaje.

   Tomé la barra de jabón, la esparcí por mi cuerpo y en ese momento, sentí sonido en el baño, por lo que me apresuré a voltearme. Era Paul. Estaba cepillándose los dientes y viéndome desnudo.

   —¡Paul! —espeté.

   Escuché su risa algo distorsionada, puesto que las paredes de vidrio del cancel impedían la transmisión de sonido clara.

   —¡Tienes bonitas piernas, mi amor!

   —¿No viste la tercera?

   Escupió la crema, se enjuagó la boca y me miró extrañado.

   —¿Tercera pierna? —tuvo que alzar la voz para que yo pudiera escucharlo.

   —Sí, Paul.

   —Es que... ¿a qué te refieres? No entendí.

   —¡El pene, Paul!

   —¡Ah, ya! —espetó, luego se rió—. ¡John, eres un cochino! ¡No me fijé en eso, por amor al cielo!

   —Ven aquí, hazle una mamada a tu futuro esposo.

   —¡John!

   —Paul, en serio... estoy urgido.

   —No.

   Abrí la puerta del cancel, estiré mi brazo y tomé el suyo entre mis manos, para luego jalarlo hacia mí, cerrando la puerta a su paso.

   —¡John, el agua está fría! —espetó, retrocediendo unos pasos, para evitar que el agua de la ducha lo salpicara—. ¿¡Cómo puedes bañarte así!? ¡Y tápate! —se cubrió los ojos.

   Me apresuré en rodearlo con mis brazos (no sin antes cerrar la ducha), besé su mejilla varias veces, al tiempo que deslizaba mis manos hasta su cintura para bajar el bóxer, que estaba un poco húmedo, debido al agua que había salpicado.

   —¿En serio, John; tan urgido de estás?

   —De ti, sí.

   Coloqué una mano en el vidrio, acorralando su cuerpo y sosteniéndolo con la otra; me acerqué hasta su rostro y besé sus labios con extravagancia, sintiendo el roce de nuestras lenguas desesperadas y un cosquilleo en mi zona íntima.

   —Ah —jadeó al separarnos y me sonrió—. Eres un descarado —añadió.

   —Lo soy —admití—. Ahora...

   —... me voy a duchar, hazte a un lado.

   Esbocé una pequeña sonrisa cuando terminó de sacarse el bóxer, logró librarse de mí y fue hasta la ducha para abrirla, pero antes la cambió a agua tibia. Sumergió su rostro y cuerpo, logrando que su cabello se mojara al instante.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora