Capítulo XL.

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   Desperté por unos golpes en mi espalda y un movimiento brusco en la cama. Rápidamente me senté en la cama, encendí la luz de la lámpara de la mesita de noche y acuné a Paul entre mis brazos, tratando de despertarlo y calmarlo.

   Habían pasado tres meses desde ese incidente. Él ya estaba bastante recuperado, pero tenía pesadillas muy constantes con respecto a eso.

   —Ya, Paul —susurré—. Todo está bien.

   —¡John! —rodeó sus brazos en mi torso y soltó un suspiro—. Otra vez. Ocurrió otra vez. No quiero —y apretó sus ojos con fuerza—. No quiero volver a vivirlo.

   —No pasará otra vez —aseguré—. Todo va a estar bien, cariño. Lo prometo.

   Soltó un sollozó y acaricié su cabellera para tratar de calmarlo, así cómo Tim, que se acomodó a su lado y pasó su lengua por la nariz de Paul. Cada vez que tenía esas pesadillas no dormía más y eso le afectaba al día siguiente. Por ello Richard (Ringo) venía tres veces a la semana a darle una terapia, para así lograr evadir el trauma que se formó a raíz del inconveniente. Sí ayudaba, al menos no eran tan frecuentes como antes y podía conciliar un poco el sueño después.

   —¿Ya está? —besé su mejilla y él asintió, pero aún no estaba del todo calmado. Miré la hora, dándome cuenta que eran las cuatro de la mañana—. ¿Te sientes bien ahora?

   —Ujum —murmuró, cerrando sus ojos y descargando el peso de su cabeza en mi pecho.

   —¿Qué sucedió?

   Ringo me había dicho que, cada vez que tuviera pesadillas, le hiciera hablar de eso para —según él— que el temor no quedara en su interior, sino que saliera mediante el habla. Aseguró que eso ayudaría a superar el trauma, porque así se sentiría en compañía. Yo no le encontraba sentido, pero lo hacía porque él era el terapeuta, así que él sabía acerca de esas cosas.

   —Él estaba... apuntándome otra vez y... y volví a recordar todo —se cubrió el rostro—. Fue horrible, John. No quiero pasar por eso más nunca y... y cada vez que lo recuerdo es como si volviera a vivir el momento o algo así...

   —No vas a pasar por eso más nunca —le dije—. Ya él está muerto y los demás en la cárcel. Tú estás a salvo. Estás conmigo.

   Paul rodeó sus brazos en mi cuello, besó mis labios con dulzura y me abrazó, para luego acurrucarse a mi lado a tratar de conciliar el sueño. Estuve un buen rato acariciando su cabellera azabache, y cuando verifiqué que estaba dormido, imité su acción.

   Abrí mis ojos y solté un bostezo, pectándome de los rayos del sol a través de las persianas. Eran las diez de la mañana y Paul no estaba a mi lado: ya se había despertado y eso me asustó. A pesar que ya se movía bien, no quería que hiciera ningún esfuerzo.

   Justo cuando iba a levantarme, la puerta se abrió. Era Paul. Tenía un lindo albornoz azul que cubría su cuerpo y su cabello estaba ligeramente húmedo.

   —¿Dónde estabas?

   —Fui a regar el jardín.

   —Paul.

   Él se rió.

   —Estoy bromeando —se sentó a mi lado, me rodeó el cuello con sus brazos y besó mi mejilla—. Estaba tomando té. ¿Te traigo un café?

   —No, Paul —lo miré—. Se supone que soy yo el que debe tener esos tratos contigo. ¿Cómo están tus heridas?

   —Muy bien, ya no las tengo. Las pomadas van bien.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora