Capítulo XIX.

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   Las palabras de Paul revoloteaban en mi cabeza. Al despertarme, fue en lo primero que pensé: en él. Me había contenido las ganas de darle un buen castigo por decirme cosas que pueden hacer romper las reglas.

   Debía ir a mi despacho a realizar un par de transacciones bancarias y unos arreglos en la cuestión de los licores. Pensé en ir a uno de los bares, pero descarté esa idea cuando supuse que todos los encargados estarían ocupados en eso de la boda de George, así que no me preocupé en ir. Quería que esa boda se realizara cuando antes, para que se dejara de hablar sobre ese tema que me tenía fastidiado.

   Cuando salí de la ducha, me coloqué un bóxer gris y desordené un poco mi cabello, haciendo que las gotas de agua salpicaran. Iba a estar todo el día en casa, así que no necesitaba tantas prendas sobre mi cuerpo.

   Me adentré al despacho y tomé asiento frente al ordenador, el cual encendí al instante y me dediqué a responder algunos correos que tenía pendiente, así como también a realizar algunos pedidos para distribuirlo a los diferentes bares que tenía.

   Tres toques en la puerta hicieron que apartara mi vista de la pantalla y la dirigiera hacia donde provenía el sonido.

   —¿Paul?

   Se escuchó una suave respuesta afirmativa, lo que me hizo indicarle que pasara.

   La puerta de madera se abrió un poco, causando un leve rechinar y seguido de eso, le dio entrada a Paul. Llevaba una franelilla muy simple de color blanco, al igual que el bóxer; su cabello estaba húmedo, por lo que deduje que se había duchado. También llevaba un pequeño bowl en sus manos.

   —¿Pasó algo?

   —Uh, no —cerró la puerta y caminó en mi dirección. Pude notar que estaba descalzo, al igual que yo—. Es sólo que... que —se detuvo frente a mí y miró mi entrepierna—. Estaba solo y... cómo usted no... bajó a desayunar...

   —Es que estoy ocupado —le contesté, mirando la hora en la pantalla. Al darme cuenta que eran las once, apagué el ordenador y estrujé mis ojos—. Ven, siéntate —palpé mis piernas.

   Paul se sonrió con timidez, se dio la vuelta y vi cuando su trasero se posicionó sobre mi entrepierna. Adoptó una postura de lado, haciendo que nos pudiéramos ver la cara, y su cintura fue rodeada por mis brazos.

   —¿Usted... pensó en lo que le dije... ayer?

   —Pensé en ti todo el día y toda la noche... Quiero decir —carraspeé—: pensé en ese disparate que me dijiste. Paul, reglas son reglas.

   —Eso lo sé —asintió—. No estoy infringiendo ninguna —murmuró.

   Picó un trozo de fresa con el tenedor y lo guió en dirección a mi boca.

   —¿Está envenenado?

   Él se sonrió.

   —Claro que no. Es más, la comeré yo —y lo llevó hasta su boca, masticó un poco y lo tragó—. ¿Lo ve? —encogió sus hombros—. No tendría razón alguna para envenenarlo —soltó una risita y se ruborizó.

   Agarré el bowl, lo dejé en el escritorio y guié mi mano hasta su rostro, mientras que con la otra, lo empujé hacia mí, para que cayera sobre mi pectoral desnudo. Paul rodeó sus brazos sobre mi cuello y acomodó sus piernas para adoptar una mejor postura. Miró mi rostro con detalle, paseó sus ojos por mis labios y se lamió los suyos.

   Coloqué mis dos manos en su mandíbula, ejerciendo una suave presión e hice que su rostro se juntara con el mío. Saqué mi lengua, la pasé por la comisura de sus labios y luego lo besé.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora