Capítulo XXXI.

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   Paul me miró atónito; parpadeó un par de veces y luego pasó saliva por su garganta, sin dejar de verme. Había cometido el grave error de confesarle eso antes que el contrato terminara.

   —¿Usted está... enamorado de mí?

   —¿Qué? ¿Yo? Yo no dije eso... escuchaste mal... muy mal.

   —Pe...

   —Cállate. A lo que venimos.

   —Rompió una de sus reglas.

   —No, no rompí nada.

   Lo tomé del hombro y le di la vuelta, para después encaminarlo hasta la cama a pasos torpes, mientras quitaba su única prenda: su camisa. Al llegar ahí, la tiré a un lado y él se sentó en el borde, pero su cuerpo se acostó en el colchón cuando el mío se posicionó sobre el suyo.

   Pasé una mano por su muslo e hice que sus piernas se abrieran con lentitud. Me acerqué hasta su cuello, estampé un beso en el mismo y comencé a succionar, logrando que la zona se tornara de un color lila, con toques azules y uno que otro verde. El chupetón desaparecería en una semana o dos, probablemente.

   —Mhm... —jadeó—. ¡Ah!

   Me separé de él y llevé mis labios hasta los suyos, para comenzar un radiante —y desesperado— beso, en el que nuestras lenguas se movían con desesperación, logrando que nuestras salivas se mezclaran.

   —Yo lo amo a usted.

   Aparté unos mechos azabaches que yacían en su frente y le sonreí, dándole a entender que también lo amaba de una forma poco cuerda. Quizás era obsesión ligada con amor, pero eso era lo que sentía cuando estaba a su lado: amor y nada más. Bueno, lo otro también me gustaba.

   Al cabo de unos minutos yacíamos sin ninguna clase de ropa, puesto que él se dedicó a quitármelas todas. Apegué mi cuerpo al suyo, lo rodeé con mis brazos y me dediqué a besarlo; gemí en su boca cuando él agarró mi pene y comenzó a masturbarlo.

   —Ah, bebé... ¡ah!

   Paul se colocó boca abajo, se acomodó en mi pecho y besó mi mandíbula, sin dejar de tocarme. Ejerció una ligera presión sobre el glande, logrando en mí un placer inigualable, que me hizo gruñir.

   —¿Lo está disfrutando, daddy?

   —Mmhm —me lamí los labios—. ¡Ah! Sí, bebé... sigue así... ¡uhm!

   La lengua de Paul se detuvo en la comisura de mis labios y comenzó a realizar movimientos suaves. Traté de besarlo incontables veces, pero él siempre me esquivaba y volvía hacer lo mismo otra vez.

   —¿Te gusta jugar, eh?

   Él se sonrió, dejó mi pene y se dedicó a repartir besos por todo mi rostro, y de vez en cuando, mis labios. Encogí mis piernas, lo tomé de la cintura e hice que se subiera en mi estómago y que su espalda quedase apoyada de mis muslos.

   —¿Quieres que te duela, bebé?

   —No —sacudió su cabeza en negación, al tiempo que apoyaba sus manos de mi pecho y se acomodaba—. Hágalo de espacio, por favor... n-no estoy acostumbrado...

   Guié mi pene hasta su entrada, comencé hacer círculos y procedí a meterlo con lentitud, para no lastimarlo. Por primera vez me importó su bienestar en el acto sexual, pero por muy poco tiempo, puesto que de inmediato tomé su cintura e hice que bajara de forma rápida. Luego comencé a marcar el ritmo de las estocadas con un rápido subir y bajar de mis caderas. Aunque la posición era incómoda para mis músculos, traté de que eso no me afectara en nada.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora