Capítulo XXV.

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   Paul sonrió de forma tímida y sus mejillas se tornaron de un leve color rosa. No se esperaba que yo le propusiera eso, y a decir verdad, yo tampoco. Aún, después de decirlo, me quedé desconcertado; era increíble cómo esa carita tan linda me hacía actuar diferente.

   —¿Yo?

   —Uh, sí; creo que te llamas Paul, ¿verdad?

   Él volvió a sonreír y asintió, junto a una expresión obvia.

   —¿Tim puede? Es que no está acostumbrado a dormir... solo.

   —No, el gato que se pudra.

   —Pero...

   —Está bien —lo interrumpí—. Puedes traerlo. Estaba bromeando, Paul.

   —¿De veras?

   —Sí —asentí, abriendo la puerta de mi recámara—. Te espero aquí. No tardes mucho... tengo sueño —y emití una suave carcajada.

   —No tardaré.

   Me adentré a la recámara y dejé la puerta abierta, para que él pudiera pasar. Como teníamos prendas de vestir muy cómodas no hubo necesidad de cambiarnos; por mi parte, me sentía muy bien así: envuelto en prendas de lana que ayudaban a amortiguar el frío.

   Cubrí mi cuerpo con las sábanas, acomodé mi cabeza en la almohada y me hice bolita, para después cerrar mis ojos. En ese instante escuché la puerta cerrarse, un maullido de gato y a los segundos sentí un peso extra a mi lado.

   —Ya estoy aquí.

   Abrí mis ojos, me di la vuelta y pude verlo: estaba sentado sobre el colchón, con sus piernas encogidas y con el pulgoso envuelto entre sus brazos.

   —Que tengas buenas noches... uhm, mañana debemos estar temprano en la costa. Como a las ocho.

   —Desde luego —asintió, dejó a Tim en medio de nosotros y se acostó—. Buenas noches.

   Coloqué mi cuerpo de tal forma de estar frente a él, sonreí al verlo y me incliné hasta su cara, para poder besarle los labios con dulzura. Paul correspondió con suavidad, dejándonos llevar por el envolvente beso.

   Al separarnos, él sonrió de una manera muy tierna y se apresuró en cerrar sus ojitos para poder conciliar el sueño. Llevé mi mano hasta su nariz y la apreté un poco, logrando una pequeña carcajada de su parte.

   —Tengo sueño —murmuró, cubriéndose el rostro con un pequeño trozo de la sábana—. Déjeme dormir...

   —A mí se me quitó el sueño.

   —A mí no —sacudió su cabeza en negación de forma rápida, al tiempo que se separaba aún más de mí. Al parecer supuso que quería otra pequeña ronda de sexo, pero mis intenciones no eran esas (algo raro) —. Mañana debemos ir a... a la costa para lo de las mercancías.

   —Lo sé. Es que quiero verte. ¿Te molesta?

   —Bueno, muchas veces me miraba sin yo darme cuenta, antes del... del secuestro —murmuró.

   —Oh, sí —asentí—. Lo recuerdo perfectamente.

   —Me da... miedo.

   —Ya no debería darte miedo —toqué su barbilla con delicadeza y él tomó mi mano, para frotarla contra la suya—. No soy malo... ¿o sí?

   —Sí lo es, pero a mí me gusta su maldad —y rió un poco—. Quiero decir —explicó—: me gusta usted, así que me debe gustar todo; aunque en los últimos días... uhm, está más sensible conmigo.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora