Capítulo XXXIII.

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   Acomodé mi corbata negra, sintiendo un desagradable nudo en mi garganta. Se me hacía imposible verlo a los ojos, pero aún así tomé fuerzas y lo hice. Me di cuenta que los suyos tenían una mirada inquieta, como si estuviese bromeando o algo así.

   —Paul, él tiene problemas con mafiosos —recordé—. ¿Aún así te arriesgarás?

   El mencionado encogió los hombros, haciéndome sentir el más humillado en toda la tierra. Estaba rogándole —prácticamente— y eso era algo que no lo hacía con nadie.

   —Sí. De seguro nos iremos lejos y haremos otra vida.

   —¿Y... te olvidarás de mí?

   —Sólo si usted lo hace.

   —¿Eso es un 'no'?

   Paul se sonrió.

   —¿Eso quiere decir que jamás me va a olvidar?

   —Eres alguien pasajero —me defendí. Mi dignidad no podía quedar en el suelo—. Así que pueda que algún día te olvide.

   —Algún día...

   —Sí, algún día. Ahora vamos, es tarde.

   Salimos de la recámara a paso rápido, movimos nuestras piernas por el corredor y bajamos las escaleras con algo de rapidez. Cruzamos el living, parte del comedor, y cuando llegamos a las afueras de la casa, noté que el cielo de la tarde tenía algunas nubes grises que indicaban lluvia.

   —Hay que darnos prisa —recordé, abriendo la puerta de copiloto y dejando que él entrara. Luego de eso di la vuelta, abrí la de piloto y me senté, para después acomodarme el cinturón—. Stu ya debe estar allá y sus nervios también.

   Paul soltó una pequeña risita. Se veía emocionado y eso no me gustaba.

   —¿Cómo él lo encontró? —cuestionó, al tiempo que yo encendía el vehículo—. Digo, supongo que Stuart tuvo que hablarle, ¿no?

   —No sé los detalles —le respondí—. Eso se lo preguntaré cuando lleguemos.

   —¿Le puedo pedir un favor?

   —¿Cambiar el lubricante por uno de fresa?

   —No...

   —¿Más artilugios eróticos?

   —No, sólo qu...

   —Si es con respecto a Jamie, por favor cállate —le dije.

   —Es precisamente de él —refutó, ganándose una mirada rápida.

   —¿Qué?

   —¿Nos podría dejar solos? Hay cosas en privado que quiero hablar con él.

   Traté de contener mi ira, porque de lo contrario hubiese chocado con otro auto o con algún poste de luz. No me gustó que me pidiera eso, de seguro Jamie se iba a aprovechar de su inocencia y de esa forma tan linda (y cautivadora) que tenía de hablar.

   —¿Seguro, Paul?

   —Sí —asintió—. ¿Podría respetar mi decisión? Quiero una mesa para nosotros dos.

   —Bien. Está bien. Stu y yo estaremos en otra, pero antes quiero verlo o al menos poder deducir cuáles son sus intenciones.

   —Son buenas... creo.

   —¿Por qué estás tan seguro?

   —No estoy seguro —refutó—. Sólo espero que sus intenciones sean buenas.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora