Capítulo XVII.

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   Me di la vuelta y lo miré a los ojos. Paul pareció intimidarse con mi reacción, puesto que recogió sus piernas y enredó sus brazos en las mismas, en una expresión de vergüenza. Tal vez pensó que su pregunta no fue para nada prudente.

   —¿Qué si yo te... te quiero? Uhm, no. Tú sabes... las reglas... estás aquí por una razón y ya, es todo. Luego te irás.

   Apresuré mis piernas hasta salir de la habitación, cerré la puerta y me escabullí por el pasillo hasta llegar a la mía. Cuando lo hice, comencé a desvestirme y me envolví en mi albornoz azul. Su pregunta me había desconcertado por completo.

   —Es obvio que no lo quiero —dije, descargando el peso de mi cuerpo en la cama—. ¡Claro que no! ¿Qué razones tendría para quererlo? ¡Ninguna! Él no es de mi tipo...

   Mi estómago comenzó a gruñir: no había terminado mi desayuno, y por esa razón, me vi obligado a salir e ir en dirección al living. Cuando coloqué mi pie en el primer escalón, vi la silueta de Stuart subiendo. Llevaba el típico traje, pero éste era de color vinotinto, camisa de vestir gris y la corbata del mismo color que el resto de la vestimenta. Estaba musitando algo y parecía concentrado.

   —Stu.

   Dio un brinco, soltó el portafolio y se aferró de la agarradera de la escalera, con expresión de espanto. Tan dramático como siempre.

   —¡John, me asustas!

   —¿Cuándo no? —rodeé los ojos y seguí bajando, a lo que él aprovechó para recoger lo que se le había caído—. ¿Qué sucede?

   —¿Debería pasar algo? ¿¡Qué debería pasar!? ¿¡Algo malo, verdad!? ¡Responde!

   Rodeé los ojos.

   —Nada más quiero saber por qué viniste.

   —Ah, ya... se me olvidó a que vine.

   —Maldición —refunfuñé, sin detenerme y Stu me siguió.

   —¡Ya sé!

   —Ajá...

   —¿Irás a la boda de George? —preguntó.

   —No.

   —John, ¿por qué siento que acabas de follar? Es que, después que lo haces, te colocas el albornoz.

   —¿Para qué quieres saber eso?

   Cuando llegué al living, nos dirigimos hasta la cocina y abrí la nevera. Saludé a la cocinera, quien se estaba dedicando a preparar el almuerzo; luego abrí la nevera y saqué una cuarta parte de un pastel de chocolate. Nos dirigimos hasta el comedor, tomamos asiento uno al lado del otro y degustamos el delicioso postre.

   —¿¡Te vas a comer todo esto!?

   —No, estúpido; es para los dos.

   —¡Joder, qué rico! —agarró el cubierto, pico un trozo y se lo llevó a la boca.

   —Solo no te pongas tan... enérgico y empieces a temblar como un... temblorcito.

   —¡Cállate, no me digas así!

   —Hazme temblar, temblorcito...

   —¡John!

   Me reí.

   —Por cierto —comí un trozo de pastel y lo miré—, ¿y tú sí irás?

   —¿A dónde?

   —A la boda.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora