Capítulo IV.

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   Paul me miró extrañado, negó con la cabeza y tragó en seco. Subió sus piernas a la cama, soltó un suspiró y pude notar que se angustió.

   —Vamos, bebé —murmuré, tomándolo de la cintura y levantándolo—. No me hagas molestar —advertí.

   Se levantó, colocó sus pies en el suelo y de inmediato rodeé mi brazo en su cintura; la otra mano la posicioné en su mandíbula, acerqué mi rostro al suyo y besé sus labios con frenesí. Él no respondió a mi beso: nada más dejó su boca ligeramente abierta y cerró sus ojos con fuerza.

   Me separé de él, miré sus labios —los cuales estaban rojos— y pasé la punta de la lengua por la comisura de los mismos. Agarré su cintura, lo alcé e hice que enredara sus pies en mi torso. Sabía que no quería hacerlo, pero se dio cuenta que no le quedaba de otra.

   Salí de su recámara, cerré la puerta con el pie y di unos cuantos pasos en dirección a la mía. En el corto trayecto, Paul rodeó sus brazos en mi cuello, colocó su cabeza en mi hombro y lo apretó. Sus nervios salían a flor de piel.

   Abrí la puerta de mi habitación sin impedimento alguno, entré y la volví a cerrar usando la misma técnica de la anterior. Di un par de pasos y aventé a Paul a la cama; éste de inmediato se echó para atrás y comenzó a jugar con los tirantes de su albornoz azul, como una forma de calmar los nervios.

   —¿Qué me vas hacer? —preguntó y aquellos ojos de perrito se tornaron más brillantes.

   —Lo que siempre he querido hacerte, bebé.

   Comencé a desabotonar mi camisa con rapidez y al hacerlo, la quité, para después tirarla al suelo. Del mismo modo desabroché mi pantalón, seguido de todas las prendas a excepción del bóxer. Fui hasta la mesita de noche, abrí el primer cajón y saqué un lubricante de chocolate. Sonreí y Paul se puso más nervioso.

   Me posicioné sobre él, comencé a besar su cuello con parsimonia y al mismo tiempo me apresuré a quitar el albornoz, dejando sus hombros descubiertos. Repartí besos en su clavícula, di ligeras mordidas y lo miré.

   —Eres precioso —murmuré, para después darle un pequeño beso en los labios.

   No respondió, así que seguí me dediqué a quitar su albornoz por completo y lo tiré a un lado, dejándolo completamente desnudo. Llevó sus manos a su entrepierna y lo cubrió, después sus mejillas se tiñeron de rosado.

   —Me da vergüenza que me veas desnudo.

   —Eso no importa, bebé —dije, mientras repartía besos por su pectoral—; mejor para mí.

   Agarré sus muñecas, las eché para atrás y pude notar que su erección estaba comenzando a crecer, pero él seguía nervios e incómodo. No podía y le era imposible controlar las reacciones de su cuerpo.

   Pasé la lengua por la punta de su pene e hice círculos, después repartí besos por toda la longitud. Me separé de él y le sonreí al darme cuenta que su erección comenzaba a crecer aún más. Había puesto el lubricante a un lado, así que me apresuré a agarrarlo; lo abrí y coloqué una pequeña cantidad en la yema de mis dedos. Dejé dicho envase a un lado y abrí sus piernas ligeramente. Apliqué el lubricante en su entrada y comencé a esparcirlo suavemente.

   —Ah... —gimió—, ah...

   Subí mi rostro y apoyé ambas manos a su lado, volví a besar sus labios con enardecimiento, pero él aún no correspondía a mis besos. Envolvió sus manos en mi hombro, haciendo una sutil presión con los dedos y cerró sus ojos con fuerza.

   —No, no quiero —atinó, apartando su rostro—. No quiero, por favor.

   —No empieces con eso —bufé—. ¡Y no llores, no quiero que llores!

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora