Capítulo XXI.

3.7K 376 905
                                    

   —¡John! ¿¡Qué sonido es ese!? ¿¡Acaso es una patrulla!? —Stu salió del auto, de forma apresurada y se colocó a mi lado. Estaba pálido, sudando y tembloroso—. ¡Yo sabía! ¡Yo sabía! ¡Madre santa, iremos a prisión! ¡Quiero un abogado! ¡Necesito un abogado! ¡Me urge un abogado! ¡Yo no hice nada, lo juro! ¡Él me obligó! ¡Fue él! ¡Yo no lo violé! ¡Voy a apelar, te veo en el juicio, John; búscate otro abogado!

   Estaba tan desconcertado, que no me dio tiempo de reprocharle sobre su reacción y prácticamente no le presté atención. Miré a Paul, y pude darme cuenta que tenía un semblante sorpresivo, al igual que yo, y Dot.

   Tragué en seco cuando la patrulla se estacionó frente a nosotros. Stuart no paraba de murmuras cosas y de repetirme que fue una mala idea. Jamás había experimentado tanto miedo. Por mi mente pasaron algunas opciones que me permitieran salir ileso de todo, pero no había nada qué hacer: yo cometí el error y debía pagar por eso.

   —¡John Lennon! ¿¡Cuánto tiempo, amigo!? ¿¡Te asusté!?

   Fruncí el ceño cuando escuché eso, y de la patrulla se bajó el policía. Al hacerlo, vi un hombre de facciones americanas, ojos oscuros, cejas escazas y cabello marrón. Tendría alrededor de unos treinta años. Al verlo, inmediatamente lo recordé.

   —Oh, Tomas.

   —¡Yo no hice nada, repito: no hice nada! —apeló Stu, cubriendo su rostro entre mis hombros—. ¡No me lleve preso, por favor.

   Tomas se rió, al tiempo que llevaba ambas manos a su cinturón.

   —¡Temblorcito, no has cambiado!

   Cuando mi amigo —si es que en verdad lo era— escuchó esa voz, apartó su rostro y lo miró. Un semblante de despreocupación apareció en su rostro.

   —¡Ay, madre santa! —lo abrazó, y llenó su mejilla de besos. Tomas sólo se rió, mientras trataba de quitárselo de encima—. ¡Creí que iría preso! ¡Gracias!

   —¿Por qué tan asustados, eh?

   —¡Porque Stuart es muy nervioso! —me apresuré a decir—. Sabes que siempre está temblando.

   —Deberías ir a un psicólogo.

   —O morirte —murmuré—, maldito traidor.

   —¿Traidor? —Tomas frunció el ceño—. ¿Por qué?

   —Por nada —carcajeé, y sacudí mi cabeza en negación—. Oye, ¿y eso que me viste?

   —Cuando bajaste al vidrio de la ventana, estaba en una cafetería y te vi. Cómo tenía tiempo sin hacerlo, decidí dar un pequeño susto.

   —Y sí que lo hiciste...

   —No sé por qué te asustaste tanto —siguió diciendo—. Tú no eres un tipo que hace cosas malas. ¿Acaso secuestraste a alguien? —bromeó y se rió.

   Stuart se desmayó, por lo que tuve que sostenerlo y acorralarlo en el coche, para darle ligeras bofetadas.

   —¡Santo cielo! —el policía se puso nervioso—. ¡Hay que llevarlo al hospital!

   —Descuida —contesté—. Siempre le pasa. Sus nervios lo traicionan.

   —¿Y por qué se desmayó? No estaban haciendo nada malo.

   —Sucede que pensaba que lo ibas a multar —mentí, zarandeándolo y logró abrir los ojos—. Ya cálmate, Stu —le dije—. ¿Ya estás bien?

   —Ah... —colocó la palma de la mano en la frente y asintió—. Necesito un café expreso —murmuró.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora