Capítulo XXVI.

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   Detuve el auto en medio de la carretera y lo miré con semblante expresivo. Estaba loco si pensaba que me iba a dejar follar por él.

   —No —sacudió su cabeza en negación y se sonrió, al ver mi cara. Tal vez me delató la forma tan drástica en que lo miré—. No lo voy a... ya sabe. Si eso es lo que piensa.

   —Ah —suspiré aliviado, al tiempo que retomaba el rumbo del auto. Ya casi íbamos a llegar—. ¿Entonces?

   —Bueno... uhm, ¿nunca lo han azotado?

   —Paul, no. No. No voy a tolerar que azotes a tu daddy.

   Él se sonrió.

   —Está bien —dijo—. Emplearé otro método. Uno menos drástico, lo prometo.

   —Esto no me está gustando nada.

   —A mí sí. Nos matamos a golpes los dos, ¿no le parece tierno? —bromeó.

   —No —sacudí mi cabeza en negación y se me escapó una pequeña risa. No quería admitirlo, pero la idea estaba comenzando a gustarme—. ¿Cómo lo harás? No me imagino siendo azotado por ti.

   —No lo voy a azotar.

   —¿Entonces?

   —Ya verá.

   Eso logró asustarme un poco, pero aún así traté de mantener la calma y no denotar mis aparentes nervios. El resto de trayecto que quedaba se tornó divertido porque hablamos de otra cosa muy diferente a eso. De ser lo contrario, estuviese expectante y algo asustado. No sabía qué era lo que estaba tramando Paul.

   El trabajo en la aduana fue arduo y no fue por el sol: para nuestra dicha, el día en la costa era lluvioso, así que las nubes grises taparon el sol. Aunque lo único que había que hacer era revisar y contar las cajas de licores, eso a mí me parecía muy tedioso y no veía el momento de terminar.

   Luego de contarlas y verificar que todo estaba en orden, llené un pequeño formulario y pudieron subir las cajas a los camiones de transporte, para poder llevarlas a los diferentes bares que tenía en la cuidad y fuera de ella.

   Era el mediodía cuando habíamos terminado. Paul y yo teníamos hambre, estábamos cansados y débiles, pero agradecí ese hecho porque así él no me daría el castigo, ese que mantuvo todo el día con dolor de cabeza.

   —Estoy molido —murmuré, subiendo las escaleras de casa.

   Paulie tenía un semblante de cansancio, pero con todo y eso, logró sonreírme.

   —Iré a la tina —decreté, abriendo la puerta de mi habitación—. Necesito relajarme.

   —¿Puedo ir con usted?

   —Si es para el castigo, no.

   —Le va a gustar el castigo que le voy a dar.

   Me fue inevitable no sonreírle.

   —Está bien. En cinco minutos, sino seré yo quién te castigue.

   Paul asintió de manera rápida y apresuró sus piernas hasta llegar a su recámara, haciendo que su trasero se moviera un poco. Entré a la mía y comencé a desvestirme de forma apresurada. Mis planes eran darme una relajante tina de agua tibia y esencia de lavanda, y luego ir a comer; pero aguardaba la esperanza que con Paul las cosas cambiaran.

   Luego de preparar la tina, sumergí mi cuerpo desnudo en ella. Me acomodé en una esquina, descargué mi cuello en el borde y cerré mis ojos para relajarme. Eso era lo que había estado deseando desde hacía horas.

Naughty Daddy ➳ McLennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora